Trump en la Casa Blanca suplemento DONALD TRUMP 1 año | Page 6
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sesgada. “Ya no cuentan la verdad, no hablan para la gente sino a favor de
intereses ajenos”, clamó el presidente.
Construido el enemigo permanente, creada la realidad paralela, Trump ha
dispuesto de un escudo contra los embistes de su mayor pesadilla: la trama
rusa. Las investigaciones para determinar si su equipo electoral se coordinó
con Rusia en la campaña de intoxicación contra Hillary Clinton se han vuelto
un escándalo perpetuo. Trump quiso liquidar el caso forzando, a través de
Departamento de Justicia, la salida del director del FBI. La maniobra devino
un desastre mayor. En un juego de contrapoderes típicamente estadounidense,
su propia Administración acabó nombrando un fiscal especial para hacerse
cargo del caso y despejar cualquier sombra de sospecha. Desde entonces, el
cerco no ha dejado de estrecharse. Ya hay cuatro imputados, entre ellos el
exconsejero de Seguridad Nacional Michael Flynn y el antiguo asesor de
campaña Paul Manafort. Y nadie duda de que pronto habrá más.
Hostigado, Trump ha respondido quemando puentes. Se ha declarado víctima
de una “caza de brujas” y no ha dudado en acusar de parcialidad al fiscal
especial, Robert Mueller. La posibilidad de un impeachment sigue lejana y el
presidente cuenta con que su partido, que controla ambas Cámaras, no está
dispuesto a abrir la puerta a ningún juicio. Pero la beligerancia presidencial y
sus exabruptos constantes a los investigadores han ofrecido al mundo uno de
sus rasgos más pavorosos: la inestabilidad.
Colérico, desmesurado, atronador, Trump ha pulverizado cualquier
precedente. Lo inimaginable se ha hecho realidad y ni siquiera la seguridad
nuclear se ha librado de este festival. Mientras el aparato militar y diplomático
estadounidense se enfrascaba en un complejo pulso para frenar la carrera