Trump en la Casa Blanca suplemento DONALD TRUMP 1 año | Page 18
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Trump tiene a gala no rehuir las entrevistas ni a los periodistas críticos. Le
excita el pulso público. Puede reunirse con una decena de congresistas
demócratas decididos a hincarle el diente y, sin previo aviso, ordenar que se
emita en directo el encuentro para que todo el país lo siga. Incluso cuando se
estudió en la Casa Blanca que el fiscal especial de la trama rusa le pudiese
llamar, manifestó su deseo de declarar en público y no por escrito.
Showman consumado, en las cámaras busca posiblemente la absolución. Y en
numerosas ocasiones, la logra. Pero el ruido nunca le abandona. Tampoco el
tiburón que lleva dentro. Vive en permanente competencia consigo. Inmune al
escándalo, ganar es lo único que importa. Si Wall Street registra un día
histórico, tiene que decirle a los cuatro vientos que es mérito suyo; si el paro
baja, también.
En ese sentido, la derrota le espanta más que la mentira. Y prefiere cualquier
polémica antes que admitir un fracaso. Tanto es así que cuando los candidatos
a los que ha respaldado pierden, borra los tuits de apoyo. Del igual modo,
sigue sin aceptar que Hillary Clinton obtuviera más votos en los comicios y
todavía lo atribuye a un imposible fraude electoral.
En constante ebullición, a lo largo de un año, según The Washington Post, ha
contado más de 2.000 falsedades o medias verdades. Un festival de irrealidad
ante el que una parte de la población ha dado su brazo a torcer. “Es increíble
cómo el público se ha acomodado a lo que hace, resulta lo más llamativo de la
presidencia”, comenta Julian E. Zelizer, profesor de Historia y Asuntos
Públicos de la Universidad de Princeton.