Trump en la Casa Blanca suplemento DONALD TRUMP 1 año | Page 17
17
Con estas características, la pregunta se vuelve obvia. ¿Cómo pudo ganar las
elecciones y conectar con casi 63 millones de votantes? Sus defensores
enarbolan su transparencia. Dicen que Trump no oculta su humanidad y que es
sincero en sus manifestaciones. Odia y ama. Grita y aplaude. No pretende,
según esta visión, una imagen edulcorada, sino que exhibe sus entrañas al
público como nadie lo ha hecho antes.
Eso entusiasma a sus votantes más radicales. Y repele a sus detractores. “No
ha cambiado apenas respecto a la campaña. Es divisivo y su único objetivo es
mantener a su base”, asegura el presidente del Comité Nacional Demócrata,
Tom Pérez.
En contra de la gran tradición presidencial americana, Trump ha abandonado
la meta de gobernar para todos. Triunfó como un marginal y sigue actuando,
al menos en superficie, como tal. Esa heterodoxia le ayuda ante su núcleo
duro, que no le ve como el monstruo que dibujan los medios progresistas. Por
el contrario, la sobreexcitación de cierta izquierda irrita a muchos
conservadores. “La mayoría de la gente que le detesta no conoce a nadie que
trabaje con él ni que le apoye. Obtiene su información de otros que detestan a
Trump, lo cual es la fórmula perfecta para la clausura epistémica”, ha escrito
el analista conservador David Brooks.
Ante los suyos, el presidente es básicamente un tipo simpático y resolutivo.
Una imagen que él intenta redondear enseñando de vez en cuando su corazón.
Lo hace, por ejemplo, cuando está con niños, momentos en los que se presenta
como un abuelo juguetón, o al rememorar a su hermano muerto. Pero lo que
realmente enloquece a su base es cuando da la cara.