tribuirse con Brasil el territorio para-
guayo y también el control de los ríos
paraguayos o que eran compartidos.
Los López siempre quisieron mante-
ner el equilibrio en el Río de la Plata y
para esto participaron activamente en
muchas negociaciones internaciona-
les, una de ellas, el Pacto de San José
de Flores. Esto molestaba mucho a los
porteños, razón por la cual buscaban
eliminar su protagonismo a través de
la guerra.
El tercer miembro, Uruguay, no te-
nía razones evidentes para participar
de esta guerra, pero el caudillo colora-
do Venacio Flores sí. Los subsidios que
recibió de sus poderosos vecinos más
el pago de la consecuente deuda fue-
ron suficiente motivación para llevar a
su país a la guerra contra el Paraguay.
Otro interesado más, oculto, fue
Inglaterra. Esta potencia económica
que había apostado con inversiones en
Argentina y Brasil no podía arriesgar el
liderazgo en la región. Además, el Para-
guay representaba una gran amenaza
a su modelo de desarrollo económico
ya que estaba por muy buen camino.
Paraguay, a diferencia de Argentina y
Brasil, no requería capital inglés para
su progreso. El país estaba ampliando
su parque industrial rápidamente con
la fundición de hierro de Ybycuí, las
máquinas a vapor, además de contar
con avances como el telégrafo. Como
señala Julio José Chiavenato en su li-
bro Genocidio Americano:“…es preciso
considerar que el pequeño Paraguay
comienza a romper todo un sistema
político y económico cuando planea
su emancipación nacional frente a los
métodos ingleses, aplicados sin proble-
mas de delicadeza nacionalistas en las
provincias argentinas y en el Imperio
del Brasil” (32).
Todas estas razones dejaron a So-
lano López sin opciones, aunque él no
lo supiera en ese momento. A pesar
Travesía • revista estudiantil
de todos sus esfuerzos de mantener
el equilibrio en el Río de la Plata, estas
potencias sudamericanas impulsadas
ocultamente por Inglaterra eran impa-
rables a la hora de llevar su malicioso
plan bélico. Como lo escribe Enrique
Rivera: “Entonces el Paraguay se di-
rige al Brasil y le dice: la política del
Imperio en el Plata amenaza romper
el equilibrio en que reposa mi propia
seguridad. Por tanto, si el Imperio lleva
su acción sobre el Estado Oriental, yo,
viéndome amenazado creeré llegado
el casus belli para mí, y procederé en
consecuencia.” López fue erróneamen-
te calificado como el Atila sudameri-
cano, pues era todo lo contrario. Este
gran presidente puso todo su empeño
en mantener el equilibrio y respetar a
cada nación soberana, razón por la que
muchas veces se vio obligado a enfren-
tar a las potencias sudamericanas por
las vías diplomáticas, primero y final-
mente, con la inevitable guerra. Como
escribe Mary Monte de López Moreira
en su libro Historia del Paraguay: “El
nuevo Jefe de Estado juzgó que había
llegado el momento de participar ac-
tivamente de los conflictos que suce-
dían en los demás Estados del Plata…
Esto implicaba solucionar los litigios
territoriales y mantener el equilibrio de
fuerzas entre los dos poderosos veci-
nos, el Brasil y la Argentina” (206).
Una vez empezada la guerra, solo
quedaba el camino de las armas. Al
comienzo de la guerra el General Mi-
tre dijo: “En 24 horas estaremos en los
cuarteles, en quince días en campaña
y en tres meses en Asunción” (53). Los
aliados creían que iba a ser una pelea
fácil, ya que Paraguay era pequeño y
no tenía gran potencial militar; pero
no fue así. Fue una guerra larga y san-
grienta, y luego de innumerables ba-
tallas, ya no quedaban soldados en el
ejército paraguayo. Es ahí donde mu-
chos acusan a Solano López de obligar
a mujeres y niños a pelear, pero, como
reflexiona Jorge Rubiani, “[1]Los auto-
res de elucubraciones tan simples, nun-
ca pensaron que existiría algún sentido
de compromiso colectivo y una clara
conciencia de responsabilidad social.
El Paraguay era una entidad nacional
con orgullo de ser. Sus habitantes ejer-
citaban sentimientos de pertenencia
que no tenían otras naciones del Plata”
(12). Lo que quedaba del pueblo para-
guayo sintió el llamado de la patria, y
como dice la célebre frase: “vencer o
morir”, fue la opción instintiva.
El supuesto armamentismo para-
guayo, la necesidad de civilizar al Pa-
raguay y liberarlo de la dictadura son
otras de las razones “aparentes” de la
guerra. Francisco Solano López hizo
todo lo que estaba a su alcance para
defender a su patria, y lo hizo hasta
la muerte. Él dijo: “Si los restos de mis
ejércitos me han seguido hasta este
final momento es que sabían que yo,
su jefe, sucumbiría con el último de
ellos en este último campo de batalla.
El vencedor no es el que se queda con
vida en el campo de batalla, sino el que
muere por una causa bella...” (El Sacri-
ficio de un Pueblo, 19). Este hér oe dio
la vida por su patria, pero como dijo
Alberdi, “Los triunfadores escribieron la
historia y decidieron qué iba y qué no
iba en los textos.” (Guido Spano, 24). Es
esta la razón por la cual no se conoce
ampliamente la historia como real-
mente ocurrió, ya que los ganadores la
escribieron a su conveniencia. Por eso,
apoyo firmemente al Mariscal Francis-
co Solano López y estoy seguro de que
ni el inicio ni el triste final de la gue-
rra fueron su responsabilidad. En vez
de culpar a este valiente hombre de
nuestra falta de progreso, necesitamos
hombres que sean como él, capaces de
motivar al pueblo a una nueva lucha
digna por un futuro de éxitos y logros
para esta patria paraguaya.
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