tradiciones y costumbres | Page 66
La más notable tendencia de su espíritu era la que la impulsaba con secreta pasión a amar la
hermosura física, donde quiera que se encontrase. No hay nada más natural, tratándose de un
ser criado en soledad profunda bajo el punto de vista de la sociedad y de la ciencia, y en
comunicación abierta y constante, en trato familiar, digámoslo así, con la Naturaleza, poblada de
bellezas imponentes o graciosas, llena de luz y colores, de murmullos elocuentes y de formas
diversas. Pero Marianela había mezclado con su admiración el culto, y siguiendo una ley, propia
también del estado primitivo, había personificado todas las bellezas que adoraba en una sola,
ideal y con forma humana. Esta belleza era la Virgen María, adquisición hecha por ella en los
dominios del Evangelio, que tan imperfectamente poseía. La Virgen María no habría sido para
ella el ideal más querido, si a sus perfecciones morales no reuniera todas las hermosuras,
guapezas y donaires del orden físico, si no tuviera una cara noblemente hechicera y seductora,
un semblante humano y divino al mismo tiempo, que a ella le parecía resumen y cifra de toda la
l uz del mundo, de toda la melancolía y paz sabrosa de la noche, de la música de los arroyos, de la
gracia y elegancia de todas las flores, de la frescura del rocío, de los suaves quejidos del viento,
de la inmaculada nieve de las montañas, del cariñoso mirar de las estrellas y de la pomposa
majestad de las nubes cuando gravemente discurren por la inmensidad del cielo.
Marianela
añadir que María, a pesar de vivir tan fuera del elemento común en que todos vivimos, mostraba
casi siempre buen sentido y sabía apreciar sesudamente las cosas de la vida, como se ha visto en
los consejos que daba a Celipín. La grandísima valía de su alma explica esto.
La persona de Dios representábasele terrible y ceñuda, más propia para infundir respeto que
cariño. Todo lo bueno venía de la Virgen María, y a la Virgen debía pedirse todo lo que han
menester las criaturas. Dios reñía y ella sonreía. Dios castigaba y ella perdonaba. No es esta
última idea tan rara para que llame la atención. Casi rige en absoluto a las clases menesterosas y
rurales de nuestro país.
También es común en éstas, cuando se junta un gran abandono a una gran fantasía, la fusión
que hacía la Nela entre las bellezas de la Naturaleza y aquella figura encantadora que resume en
sí casi todos los elementos estéticos de la idea cristiana. Si a la soledad en que vivía la Nela
hubieran llegado menos nociones cristianas de las que llegaron; si su apartamiento del foco de
ideas hubiera sido absoluto, su paganismo habría sido entonces completo habría adorado la
Luna, los bosques, el fuego, los arroyos, el sol.
Esta era la Nela que se crió en Socartes, y así llegó a los quince años. Desde esta fecha su
amistad con Pablo y sus frecuentes coloquios con quien poseía tantas y tan buenas nociones,
modificaron algo su modo de pensar; pero la base de sus ideas no sufrió alteración. Continuaba
dando a la hermosura física cierta soberanía augusta; seguía llena de supersticiones y adorando
en la Santísima Virgen como un compendio de todas las bellezas naturales; haciendo de esta
persona la ley moral, y rematando su sistema con las más extrañas ideas respecto a la muerte y
la vida futura.
Encerrándose en sus conchas, Marianela habló así:
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