tradiciones y costumbres | Page 65
Pasó algún tiempo sin que la Nela contestara nada. Preguntó de nuevo Celipín, sin obtener
respuesta.
-Duérmete, Celipín -dijo al fin la de las cestas-. Yo tengo mucho sueño.
-Como mi talento me deje dormir, a la buena de Dios.
Marianela
Un minuto después se veía a sí mismo en figura semejante a la de D. Teodoro Golfín,
poniendo ojos nuevos en órbitas viejas, claveteando piernas rotas y arrancando criaturas a la
muerte, mediante copiosas tomas de mosquitos guisados un lunes con palos de mimbre cogidos
por una doncella. Viose cubierto de riquísimos paños, con las manos aprisionadas en guantes
olorosos y arrastrado en coche, del cual tiraban cisnes, que no caballos, y llamado por reyes o
solicitado de reinas, por honestas damas requerido, alabado de magnates y llevado en triunfo
por los pueblos todos de la tierra.
La Nela cerró sus conchas para estar más sola. Sigámosla; penetremos en su pensamiento.
Pero antes conviene hacer algo de historia.
Habiendo carecido absolutamente de instrucción en su edad primera; habiendo carecido
también de las sugestiones cariñosas que enderezan el espíritu de un modo seguro al
conocimiento de ciertas verdades, habíase formado Marianela en su imaginación poderosa un
orden de ideas muy singular, una teogonía extravagante y un modo rarísimo de apreciar las
causas y los efectos de las cosas. La idea de Teodoro Golfín era exacta al comparar el espíritu de
Nela con los pueblos primitivos. Como en éstos, dominaba en ella el sentimiento y la fascinación
de lo maravilloso; creía en poderes sobrenaturales, distintos del único y grandioso Dios, y veía en
los objetos de la Naturaleza personalidades vagas que no carecían de modos de comunicación
con los hombres.
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A pesar de esto, la Nela no ignoraba completamente el Evangelio. Jamás le fue bien
enseñado; pero había oído hablar de él. Veía que la gente iba a una ceremonia que llamaban
misa, tenía idea de un sacrificio sublime; mas sus nociones no pasaban de aquí. Habíase
acostumbrado a respetar, en virtud de un sentimentalismo contagioso, al Dios crucificado; sabía
que aquello debía besarse; sabía además algunas oraciones aprendidas de rutina; sabía que todo
aquello que no se poseía debía pedirse a Dios; pero nada más. El horrible abandono en que
había estado su inteligencia hasta el tiempo de su amistad con el señorito de Penáguilas era
causa de esto. Y la amistad con aquel ser extraordinario, que desde su oscuridad exploraba con
el valiente ojo de su pensamiento infatigable los problemas de la vida, había llegado tarde. En el
espíritu de la Nela estaba ya petrificado lo que podremos llamar su filosofía, hechura de ella
misma, un no sé qué de paganismo y de sentimentalismo, mezclados y confundidos. Debemos
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