tradiciones y costumbres | Page 67
Marianela
-Madre de Dios y mía, ¿por qué no me hiciste hermosa? ¿Por qué cuando mi madre me tuvo
no me miraste desde arriba?... Mientras más me miro más fea me encuentro. ¿Para qué estoy yo
en el mundo?, ¿para qué sirvo?, ¿a quién puedo interesar?, a uno solo, Señora y madre mía, a
uno solo que me quiere porque no me ve. ¿Qué será de mí cuando me vea y deje de
quererme?... porque ¿cómo es posible que me quiera viendo este cuerpo chico, esta figurilla de
pájaro, esta tez pecosa, esta boca sin gracia, esta nariz picuda, este pelo descolorido, esta
persona mía que no sirve sino para que todo el mundo le dé con el pie. ¿Quién es la Nela? Nadie.
La Nela sólo es algo para el ciego. Si sus ojos nacen ahora y los vuelve a mí y me ve, caigo
muerta... Él es el único para quien la Nela no es menos que los gatos y los perros. Me quiere
como quieren los novios a sus novias, como Dios manda que se quieran las personas... Señora
madre mía, ya que vas a hacer el milagro de darle vista, hazme hermosa a mí o mátame, porque
para nada estoy en el mundo. Yo no soy nada ni nadie más que para uno solo... ¿Siento yo que
recobre la vista? No, eso no, eso no. Yo quiero que vea. Daré mis ojos porque él vea con los
suyos; daré mi vida toda. Yo quiero que D. Teodoro haga el milagro que dicen. ¡Benditos sean los
hombres sabios! Lo que no quiero es que mi amo me vea, no. Antes que consentir que me vea,
¡Madre mía!, me enterraré viva; me arrojaré al río... Sí, sí; que se trague la tierra mi fealdad. Yo
no debía haber nacido...
Y luego, dando una vuelta en la cesta, proseguía:
-Mi corazón es todo para él. Este cieguito que ha tenido el antojo de quererme mucho, es
para mí lo primero del mundo después de la Virgen María. ¡Oh! ¡Si yo fuese grande y hermosa; si
tuviera el talle, la cara y el tamaño... sobre todo el tamaño de otras mujeres; si yo pudiese llegar
a ser señora y componerme!... ¡Ay!, entonces mi mayor delicia sería que sus ojos se recrearan en
mí... Si yo fuera como las demás, siquiera como Mariuca... ¡qué pronto buscaría el modo de
instruirme, de afinarme, de ser una señora!... ¡Oh! ¡Madre y reina mía, lo único que tengo me lo
vas a quitar!... ¿Para qué permitiste que le quisiera yo y que él me quisiera a mí? Esto no debió
ser así:
Y derramando lágrimas y cruzando los brazos, añadió medio vencida por el sueño:
-¡Ay! ¡Cuánto te quiero, niño de mi alma! Quiéreme mucho, a la Nela, a la pobre Nela que no
es nada... Quiéreme mucho... Déjame darte un beso en tu preciosísima cabeza... pero no abras
los ojos, no me mires... ciérralos, así, así.
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Los pensamientos que huyen cuando somos vencidos por el sueño, suelen quedarse en
acecho para volver a ocuparnos bruscamente cuando despertamos. Así ocurrió a Mariquilla, que
habiéndose quedado dormida con los pensamientos más raros acerca de la Virgen María, del
ciego, y de su propia fealdad, que ella deseaba ver trocada en pasmosa hermosura, con ellos
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