tradiciones y costumbres | Page 63
-¡Córcholis! ¡Quién lo había de decir!... D. Teodoro... ¡Y ahora tiene más dinero!... Dicen que
lo que tiene no lo cargan seis mulas.
-Y dormía en las calles y servía de criado y no tenía calzones... en fin, que era más pobre que
las ratas. Su hermano D. Carlos vivía en una casa de trapo viejo.
-¡Jesús! ¡Córcholis! Y qué cosas se ven por esas tierras... Yo también me buscaré una casa de
trapo viejo.
-Y después tuvo que ser barbero para ganarse la vida y poder estudiar.
Marianela
-Miá tú... yo tengo pensado irme derecho a una barbería... Yo me pinto solo para rapar...
¡Pues soy yo poco listo en gracia de Dios! Desde que yo llegue a Madrid, por un lado rapando y
por otro estudiando, he de aprender en dos meses toda la ciencia. Miá tú, ahora se me ha
ocurrido que debo tirar para médico... Sí, médico, que echando una mano a este pulso, otra
mano al otro, se llena de dinero el bolsillo.
-D. Teodoro -dijo la Nela- tenía menos que tú, porque tú vas a tener cinco duros, y con cinco
duros parece que todo se ha de venir a la mano. Aquí de los hombres guapos. Don Teodoro y D.
Carlos eran como los pájaros que andan solos por el mundo. Ellos con su buen gobierno se
volvieron sabios. D. Teodoro leía en los muertos y D. Carlos leía en las piedras, y así los dos
aprendieron el modo de hacerse personas cabales. Por eso es D. Teodoro tan amigo de los
pobres. Celipín, si me hubieras visto esta tarde cuando me llevaba al hombro... Después me dio
un vaso de leche y me echaba unas miradas como las que se echan a las señoras.
-Todos los hombres listos somos de ese modo -observó Celipín con petulancia-. Verás tú qué
fino y galán voy a ser yo cuando me ponga mi levita y mi sombrero de una tercia de alto. Y
también me calzaré las manos con eso que llaman guantes, que no pienso quitarme nunca como
no sea sino para tomar el pulso... Tendré un bastón con una porra dorada y me vestiré... eso sí,
en mis carnes no se pone sino paño fino... ¡Córcholis! Te vas a reír cuando me veas.
-No pienses todavía en esas cosas de remontarte mucho, que eres más pelado que un huevo
-le dijo ella-. Vete poquito a poquito; hoy me aprendo esto, mañana lo otro. Yo te aconsejo que
antes de aprender eso de curar a los enfermos, debes aprender a escribir para que pongas una
carta a tu madre pidiéndole perdón y diciéndole que te has ido de tu casa para afinarte, hacerte
como D. Teodoro y ser un médico muy cabal.
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-Calla, mujer... ¿Pues qué creías que la escritura no es lo primero?... Deja tú que yo coja una
pluma en la mano y verás qué rasgueos de letras y qué perfiles finos para arriba y para abajo,
como la firma de D. Francisco Penáguilas... ¡Escribir!, a mí con esas... a los cuatro días verás qué
cartas pongo... Ya las oirás leer y verás qué concéitos los míos y qué modo aquel de echar
retólicas que os dejen bobos a todos. ¡Córcholis! Nela, tú no sabes que yo tengo mucho talento.
Lo siento aquí dentro de mi cabeza, haciéndome burumbum, burumbum, como el agua de la
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