tradiciones y costumbres | Page 62
Penáguilas ofreció a sus amigos casa y cena, mas no quisieron estos aceptar. Salieron todos,
juntamente con la Nela, a quien Teodoro quiso llevar consigo, y también salió D. Francisco para
hacerles compañía hasta el establecimiento.
Convidados del silencio y belleza de la noche, fueron departiendo sobre cosas agradables;
unas relativas al rendimiento de las minas, otras a las cosechas del país. Cuando los Golfines
entraron en su casa, volviose a la suya don Francisco solo y triste, andando despacio y con la
vista fija en el suelo. Pensaba en los terribles días de ansiedad y de esperanza, de sobresalto y
dudas que iban a venir. Por el camino encontró a Choto y ambos subieron lentamente la escalera
de palo. La luna alumbraba bastante, y la sombra del patriarca subía delante de él quebrándose
en los peldaños y haciendo como unos dobleces que saltaban de escalón en escalón. El perro iba
a su lado. No teniendo D. Francisco otro ser a quien fiar los pensamientos que abrumaban su
cerebro, dijo así:
El señor Centeno, después de recrear su espíritu en las borrosas columnas del Diario, y la
Señana, después de gustar el más embriagador deleite sopesando lo contenido en el calcetín, se
acostaron. Habían marchado también los hijos a reposar sobre sus respectivos colchones. Oyose
en la sala una retahíla que parecía oración o romance de ciego; oyéronse bostezos, sobre los
cuales trazaba cruces el perezoso dedo... La familia de piedra dormía.
Marianela
-Choto, ¿qué sucederá?
Cuando la casa fue el mismo Limbo, oyose en la cocina rumorcillo como de alimañas que
salen de sus agujeros para buscarse la vida. Las cestas se abrieron y Celipín oyó estas palabras:
-Celipín, esta noche sí que te traigo un buen regalo; mira.
Celipín no podía distinguir nada; pero alargando su mano tomó de la de María dos duros
como dos soles, de cuya autenticidad se cercioró por el tacto, ya que por la vista difícilmente
podía hacerlo, quedándose pasmado y mudo.
-Me los dio D. Teodoro -añadió la Nela- para que me comprara unos zapatos. Como yo para
nada necesito zapatos, te los doy, y así pronto juntarás aquello.
-¡Córcholis!, ¡que eres más buena que María Santísima!... Ya poco me falta, Nela, y en
cuanto apande media docena de reales... ya verán quién es Celipín.
-Mira, hijito, el que me ha dado ese dinero andaba por las calles pidiendo limosna cuando
era niño, y después...
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