tradiciones y costumbres | Page 60
Iba avanzando mansamente la noche y los cuatro personajes rodeábanse de una sombra
apacible. La casa empezaba a humear, anunciando la grata cena de aldea. El patriarca, que
parecía la expresión humana de aquella tranquilidad melancólica, volvió a tomar la palabra,
diciendo:
Marianela
en el cielo el tiempo que ha de venir. Para él no existe más vida que una cavilación febril. Su vida
solitaria ni aun tendrá el consuelo de la familia, porque cuando yo me muera ¿qué familia tendrá
el pobre ciego? Ni él querrá casarse, ni habrá mujer de punto que con él se despose, a pesar de
sus riquezas, ni yo le aconsejaré tampoco que tome estado. Así es que cuando el señor D.
Teodoro me ha dado esperanza... he visto el cielo abierto; he visto una especie de Paraíso en la
tierra... he visto un joven y alegre y sencillo matrimonio; he visto ángeles, nietecillos alrededor
de mí; he visto mi sepultura embellecida con las flores de la infancia, con las tiernas caricias que
aun después de mi última hora subsistirán acompañándome debajo de la tierra... Ustedes no
comprenden esto; no saben que mi hermano Manuel, que es más bueno que el buen pan, luego
que ha tenido noticia de mis esperanzas, ha empezado a hacer cálculos y más cálculos... Vean
ustedes lo que me dice... (Sacó varias cartas que revolvió breve rato sin dar con la que
buscaba)... En resumidas cuentas, él está loco de contento, y me ha dicho: «Casaré a mi
Florentina con tu Pablito, y aquí tienes colocado a interés compuesto el medio millón de pesos
del primo Faustino...» Me parece que veo a Manolo frotándose las manos y dando zancajos
como es su costumbre cuando tiene una idea feliz. Les espero a él y a su hija de un momento a
otro: vienen a pasar conmigo el 4 de octubre y a ver en qué para esta tentativa de dar luz a mi
hijo...
-La felicidad de mi hermano y la mía dependen de que yo tenga un hijo que ofrecer por
esposo a Florentina, que es tan guapa como la Madre de Dios, como la Virgen María Inmaculada
según la pintan cuando viene el ángel a decirle: «el Señor es contigo...» Mi ciego no servirá para
el caso... pero mi hijo Pablo con vista será la realidad de todos mis sueños y la bendición de Dios
entrando en mi casa.
Callaron todos, hondamente impresionados por la relación tan patética como sencilla del
bondadoso padre. Este llevó a sus ojos la mano basta y ruda, endurecida por el arado, y se limpió
una lágrima:
-¿Qué dices tú a eso, Teodoro? -preguntó Carlos a su hermano.
-No digo más sino que he examinado a conciencia este caso, y que no encuentro motivos
suficientes para decir: «no tiene cura», como han dicho los médicos famosos a quienes ha
consultado nuestro amigo. Yo no aseguro la curación; pero no la creo imposible. El examen
catóptrico que hice ayer no me indica lesión retiniana ni alteración de los nervios de la visión. Si
la retina está bien, todo se reduce a quitar de en medio un tabique importuno... El cristalino,
volviéndose opaco y a veces duro como piedra, es el que nos hace estas picardías. Si todos los
órganos desempeñaran su papel como les está mandado... Pero allí, en esa república del ojo, hay
muchos holgazanes que se atrofian...
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