tradiciones y costumbres | Page 3
topográficos para llegar pronto y derechamente a su destino.
-No puedo equivocarme -murmuró-. Me dijeron que atravesara el río por la pasadera... así lo
hice. Después que marchara adelante, siempre adelante. En efecto, allá, detrás de mí queda esa
apreciable villa, a quien yo llamaría Villafangosa por el buen surtido de lodos que hay en sus
calles y caminos... De modo que por aquí, adelante, siempre adelante... (me gusta esta frase, y si
yo tuviera escudo no le pondría otra divisa) he de llegar a las famosas minas de Socartes.
Marianela
Después de andar largo trecho, añadió:
-Me he perdido, no hay duda de que me he perdido... Aquí tienes, Teodoro Golfín, el
resultado de tu adelante, siempre adelante. Estos palurdos no conocen el valor de las palabras.
O han querido burlarse de ti, o ellos mismos ignoran dónde están las minas de Socartes. Un gran
establecimiento minero ha de anunciarse con edificios, chimeneas, ruido de arrastres, resoplido
de hornos, relincho de caballos, trepidación de máquinas, y yo no veo, ni huelo, ni oigo nada...
Parece que estoy en un desierto... ¡qué soledad! Si yo creyera en brujas, pensaría que mi destino
me proporcionaba esta noche el honor de ser presentado a ellas... ¡Demonio!, ¿pero no hay
gente en estos lugares?... Aún falta media hora para la salida de la luna. ¡Ah!, bribona, tú tienes
la culpa de mi extravío... Si al menos pudiera conocer el sitio donde me encuentro... ¿Pero qué
más da? (Al decir esto, hizo un gesto propio del hombre esforzado que desprecia los peligros).
Golfín, tú que has dado la vuelta al mundo, ¿te acobardarás ahora?... ¡Ah!, los aldeanos tenían
razón: adelante, siempre adelante. La ley universal de la locomoción no puede fallar en este
momento.
Y puesta denodadamente en ejecución aquella osada ley, recorrió un kilómetro, siguiendo a
capricho las veredas que le salían al paso y se cruzaban y se quebraban en ángulos mil, cual si
quisiesen engañarle y confundirle más. Por grande que fuera su resolución e intrepidez, al fin
tuvo que pararse. Las veredas, que al principio subían, luego empezaron a bajar, enlazándose; y
al fin bajaron tanto, que nuestro viajero hallose en un talud, por el cual sólo habría podido
descender echándose a rodar.
-¡Bonita situación! -exclamó sonriendo y buscando en su buen humor lenitivo a la enojosa
contrariedad-. ¿En dónde estás, querido Golfín? Esto parece un abismo. ¿Ves algo allá abajo?
Nada, absolutamente nada... pero el césped ha desaparecido, el terreno está removido. Todo es
aquí pedruscos y tierra sin vegetación, teñida por el óxi do de hierro... Sin duda estoy en las
minas... pero ni alma viviente, ni chimeneas humeantes, ni ruido, ni un tren que murmure a lo
lejos, ni siquiera un perro que ladre... ¿Qué haré?, hay por aquí una vereda que vuelve a subir.
¿Seguirela? ¿Desandaré lo andado?... ¡Retroceder! ¡Qué absurdo! O yo dejo de ser quien soy, o
llegaré esta noche a las famosas minas de Socartes y abrazaré a mi querido hermano. Adelante,
siempre adelante.
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Dio un paso y hundiose en la frágil tierra movediza.
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