tradiciones y costumbres | Page 110
La pobre enferma sonrió entonces, y extendiendo una de sus débiles manos hacia la señorita
de Penáguilas, murmuró:
-No quiero que se enoje.
Al decir esto, María se quedó lívida; alargó su cuello, sus ojos se desencajaron. Su oído
prestaba atención a un rumor terrible. Había sentido pasos.
-¡Viene! -exclamó Golfín, participando del terror de su enferma.
-Es él -dijo Florentina, apartándose del sofá y corriendo hacia la puerta.
-Primita -dijo avanzando hacia ella-. ¿Cómo no has ido a verme hoy?, yo vengo a buscarte. Tu
papá me ha dicho que estás haciendo trajes para los pobres. Por eso te perdono.
Marianela
Era él. Pablo había empujado la puerta y entraba despacio, marchando en dirección recta,
por la costumbre adquirida durante su larga ceguera. Venía riendo, y sus ojos, libres de la venda
que él mismo se había levantado, miraban hacia adelante. No habiéndose familiarizado aún con
los movimientos de rotación del ojo, apenas percibía las imágenes laterales. Podría decirse de él,
como de muchos que nunca fueron ciegos de los ojos, que sólo veía lo que tenía delante.
Florentina no supo qué contestar. Estaba contrariada. Pablo no había visto al doctor ni a la
Nela. Florentina para alejarle del sofá, se había dirigió hacia el balcón, y recogiendo algunos
trozos de tela, se había sentado en ademán de ponerse a trabajar. Bañábala la risueña luz del
sol, coloreando espléndidamente su costado izquierdo y dando a su hermosa tez moreno-rosa el
realce más encantador. Brillaba entonces su belleza como personificación hechicera de la misma
luz. Su cabello en desorden, su vestido suelto llevaban al último grado la elegancia natural de la
gentil doncella, cuya actitud casta y noble superaba a las más perfectas concepciones del arte.
-Primito- dijo contrayendo ligeramente el hermoso entrecejo- D. Teodoro no te ha dado
todavía permiso para quitarte hoy la venda. Eso no está bien.
-Me lo dará después -replicó el mancebo riendo-. No me puede suceder nada. Me encuentro
bien. Y si algo me sucede algo, no me importa. No, no me importa quedarme ciego otra vez
después de haberte visto.
-¡Qué bueno estaría eso!... -dijo Florentina en tono de reprensión.
-Estaba en mi cuarto solo; mi padre había salido, después de hablarme de ti... Tú ya sabes lo
que me ha dicho...
-No, no sé nada -replicó la joven, fijando sus ojos en la costura.
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