tradiciones y costumbres | Page 111
Marianela
-Pues yo sí lo sé... Mi padre es muy razonable. Nos quiere mucho a los dos... Cuando mi
padre salió, levanteme la venda y miré al campo... Vi el arco iris y me quedé asombrado, mudo
de admiración y de fervor religioso... No sé por qué aquel sublime espectáculo, para mí
desconocido hasta hoy, me dio la idea más perfecta de la armonía del mundo... No sé por qué, al
mirar la perfecta unión de sus colores, pensaba en ti... No sé por qué, viendo el arco iris, dije:
«yo he sentido antes esto en alguna parte...» Me produjo sensación igual a la que sentí al verte,
Florentina de mi alma. El corazón no me cabía en el pecho: yo quería llorar... lloré mucho y las
lágrimas cegaron por un instante mis ojos. Te llamé, no me respondiste... Cuando mis ojos
pudieron ver de nuevo, el arco iris había desaparecido... Salí para buscarte, creí que estabas en
la huerta... bajé, subí, y aquí estoy... Te encuentro tan maravillosamente hermosa que me
parece que nunca te he visto bien hasta hoy... nunca hasta hoy, porque ya he tenido tiempo de
comparar... He visto muchas mujeres... todas son horribles junto a ti... Si me cuesta trabajo creer
que hayas existido durante mi ceguera... No, no, lo que me ocurre es que naciste en el momento
en que se hizo la luz dentro de mí, que te creó mi pensamiento en el instante de ser dueño del
mundo visible... Me han dicho que no hay ninguna criatura que a ti se compare. Yo no lo quería
creer; pero ya lo creo, lo creo como creo en la luz.
Diciendo esto puso una rodilla en tierra. Alarmada y ruborizada Florentina dejó de prestar
atención a la costura.
-Primo... ¡por Dios!... -murmuró.
-Prima... ¡por Dios! -exclamó Pablo con entusiasmo candoroso- ¿por qué eres tú tan
bonita?... Mi padre es muy razonable... no se puede oponer nada a su lógica ni a su bondad...
Florentina, yo creí que no podía quererte; yo creí posible querer a otra más que a ti... ¡Qué
necedad! Gracias a Dios que hay lógica en mis afectos... Mi padre, a quien he confesado mis
errores, me ha dicho que yo amaba a un monstruo... Ahora puedo decir que idolatro a un ángel.
El estúpido ciego ha visto ya y al fin presta homenaje a la verdadera hermosura... pero yo
tiemblo... ¿no me ves tembla r? Te estoy viendo y no deseo más que poder cogerte y encerrarte
dentro de mi corazón, abrazándote y apretándote contra mi pecho... fuerte, muy fuerte.
Pablo, que había puesto las dos rodillas en tierra, se abrazaba a sí mismo.
-Yo no sé lo que siento -añadió con turbación, torpe la lengua, pálido el rostro-. Cada día
descubro un nuevo mundo, Florentina. Descubrí el de la luz, descubro hoy otro... ¿Es posible que
tú, tan hermosa, tan divina, seas para mí? ¡Prima, prima mía, esposa de mi alma!
Parecía que iba a caer al suelo desvanecido. Florentina hizo ademán de levantarse. Pablo le
tomó una mano; después, retirando él mismo la ancha manga que lo cubría, besole el brazo con
vehemente ardor, contando los besos.
110
-Uno, dos, tres, cuatro... ¡Yo me muero!
© RinconCastellano 1997 – 2011 www.rinconcastellano.com