tradiciones y costumbres | Page 108
salir algo bueno. Mire usted, D. Teodoro, cómo se pone mi hija; ya tiene en su cara todas las
rosas de Mayo. Voy a ver lo que dice mi hermano... a ver lo que dice mi hermano.
Retirose el buen hombre. Teodoro se acercó a la Nela para observarla de nuevo.
-¿Ha dormido anoche? -preguntó a Florentina.
-¡Pobre Nela! -exclamó el médico-. No puede usted figurarse el interés que siento por esta
infeliz criatura. Alguien se reirá de esto; pero no somos de piedra. Lo que hagamos para
enaltecer a este pobre ser y mejorar su condición, entiéndase hecho en pro de una parte no
pequeña del género humano. Como la Nela hay muchos miles de seres en el mundo. ¿Quién los
conoce?, ¿dónde están? Están perdidos en los desiertos sociales... que también hay desiertos
sociales; están en lo más oscuro de las poblaciones, en lo más solitario de los campos, en las
minas, en los talleres. Frecuentemente pasamos junto a ellos y no les vemos... Les damos
limosna sin conocerles... No podemos fijar nuestra atención en esa miserable parte de la
sociedad. Al principio creí que la Nela era un caso excepcional; pero no, he meditado, he
recordado y he visto que es un caso de los más comunes. Este es un ejemplo del estado a que
vienen los seres moralmente organizados para el bien, para el saber, para la virtud y que por su
abandono y apartamiento no pueden desarrollar las fuerzas de su alma. Viven ciegos del
espíritu, como Pablo Penáguilas ha vivido ciego del cuerpo teniendo vista.
Marianela
-Poco. Toda la noche la oí suspirar y llorar. Esta noche tendrá una buena cama, que he
mandado traer de Villamojada. La pondré en ese cuartito que está junto al mío.
Florentina, vivamente impresionada, parecía haber comprendido las observaciones de
Golfín.
-Aquí la tiene usted -añadió este-. Posee una fantasía preciosa, sensibilidad viva; sabe amar
con ternura y pasión; tiene su alma aptitud maravillosa para todo aquello que del alma depende;
pero al mismo tiempo está llena de las supersticiones más groseras; sus ideas religiosas son
vagas, monstruosas, equivocadas; sus ideas morales no tienen más guía que el sentido natural.
No tiene más educación que la que ella misma se ha dado, como planta que se fecunda con sus
propias hojas secas. Nada debe a los demás. Durante su niñez no ha oído ni una lección, ni un
amoroso consejo, ni una santa homilía. Se guía por ejemplos que aplica a su antojo. Su criterio es
suyo, propiamente suyo. Como tiene imaginación y sensibilidad, como su alma se ha inclinado
desde el principio a adorar algo, ha adorado la Naturaleza lo mismo que los pueblos primitivos.
Sus ideales son naturalistas, y si usted no me entiende bien, querida Florentina, se lo explicaré
mejor en otra ocasión.
«Su espíritu da a la forma, a la belleza una preferencia sistemática. Todo su ser, sus afectos
todos giran en derredor de esta idea. Las preeminencias y las altas dotes del espíritu son para
ella una región confusa, una tierra apenas descubierta, de la cual no se tienen sino noticias vagas
por algún viajero náufrago. La gran conquista evangélica, que es una de las más gloriosas que ha
hecho nuestro espíritu, apenas llega a sus oídos como un rumor... es como una sospecha
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