tradiciones y costumbres | Page 107
-No me opongo yo a que en sus caridades llegue hasta el despilfarro, hasta la bancarrota dijo D. Manuel paseándose pomposamente por la habitación con las manos en los bolsillos-.
¿Pero no hay otro medio mejor de hacer caridades? Ella ha querido dar gracias a Dios por la
curación de mi sobrino... muy bueno es esto, muy evangélico... pero veamos... pero veamos.
Marianela
Detúvose ante la Nela para obsequiarla con sus miradas.
-¿No habría sido más razonable -añadió- que en vez de meternos en la casa a esta pobre
muchacha, hubiera organizado mi hijita una de esas útiles solemnidades que se estilan en la
corte, y en las cuales sabe mostrar sus buenos sentimientos lo más selecto de la sociedad? ¿Por
qué no te ocurrió celebrar una rifa? Entre los amigos hubiéramos colocado todos los billetes
reuniendo una buena suma que podrías destinar a los asilos de Beneficencia. Podías haber
formado una sociedad con todo el señorío de Villamojada y su término, o con todo el señorío de
Santa Irene de Campó, y celebrar juntas y reunir mucho dinero... ¿Qué tal? También pudiste
idear una corrida de toretes. Yo me hubiera encargado de lo tocante al ganado y lidiadores...
¡Oh! Anoche hemos estado hablando acerca de esto la señora doña Sofía y yo... Aprende,
aprende de esa señora. A ella deben los pobres qué sé yo cuántas cosas. ¿Pues y las muchas
familias que viven de la administración de las rifas? ¿Pues y lo que ganan los cómicos con estas
funciones? ¡Oh!, los que están en el Hospicio no son los únicos pobres. Me dijo Sofía que en los
bailes de máscaras dados este invierno sacaron un dineral. Verdad que se llevaron gran parte la
empresa del gas, el alquiler del teatro, los empleados... pero a los pobres les llegó su pedazo de
pan... O si no, hija mía, lee la estadística... o si no, hija mía, lee la estadística.
Florentina se reía, y no hallando mejor contestación que repetir una frase de Teodoro Golfín,
dijo a su padre:
-Cada uno tiene su modo de gastar alfileres.
-Señor D. Teodoro -indicó con desabrimiento D. Manuel- convenga usted en que no hay otra
como mi hija.
-Sí, en efecto -manifestó Teodoro con intención profunda, contemplando a la joven- no hay
otra como Florentina.
-Con todos sus defectos -dijo el padre acariciando a la señorita- la quiero más que a mi vida.
Esta pícara vale más oro que pesa... Vamos a ver ¿qué te gusta más, Aldeacorba de Suso o Santa
Irene de Campó?
-No me disgusta Aldeacorba.
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-¡Ah!, picarona... ya veo el rumbo que tomas... Bien, me parece bien. ¿Saben ustedes que a
estas horas mi hermano le está echando un sermón a su hijo? Cosas de familia: de esto ha de
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