Tom Sawyer
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Mark Twain
-Me parece que sí. No sé. ¿Qué viene a ser?
-¿A ser? Pues es una cosa que no es como las demás. No tienes más que decir a un
chico que no vas a querer a nadie más que a él, nunca, nunca; y entonces os besáis
y ya está.
-¿Besar? ¿Para qué besarse?
-Pues, ¿sabes?, es para... Bueno, siempre hacen eso.
-¿Todos?
-Todos, cuando son novios. ¿Te acuerdas de lo que escribí en la pizarra?
-...Sí.
-¿Qué era?
-No lo quiero decir.
-¿No quieres decirlo?
-Sí..., sí, pero otra vez.
-No, ahora.
-No, no..., mañana.
-Ahora, anda, Becky. Yo te lo diré al oído, muy callandito.
Becky vaciló, y Tom, tomando el silencio por asentimiento, la cogió por el talle y
murmuró levemente la frase, con la boca pegada al oído de la niña. Y después
añadió: Ahora me lo dices tú al oído..., lo mismo que yo.
Ella se resistió un momento, y después dijo:
-Vuelve la cara para que no veas, y entonces lo haré. Pero no tienes que decírselo a
nadie. ¿Se lo dirás, Tom? ¿De veras que no?
-No, de veras que no. Anda, Becky...
Él volvió la cara. Ella se inclinó tímidamente, hasta que su aliento agitó los rizos del
muchacho, y murmuró: «Te amo».
Después huyó corriendo por entre bancos y pupitres, perseguida por Tom, y se
refugió al fin en un rincón tapándose la cara con el delantalito blanco. Tom la cogió
por el cuello.
-Ahora, Becky -le dijo, suplicante-, ya está todo hecho..., ya está todo menos lo del
beso. No tengas miedo de eso..., no tiene nada de particular. Hazme el favor, Becky
Y la tiraba de las manos y del delantal.
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Preparado por Patricio Barros