Tom Sawyer
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Mark Twain
El artista erigió delante de la casa un hombre que parecía una grúa. Podía muy bien
haber pasado por encima del edificio; pero la niña no era demasiado crítica, el
monstruo la satisfizo, y murmuró:
-Es un hombre muy bonito... Ahora píntame a mí llegando.
Tom dibujó un reloj de arena con una luna llena encima y dos pajas por abajo, y
armó los desparramados dedos con portentoso abanico. La niña dijo:
-¡Qué bien está! ¡Ojalá supiera yo pintar!
-Es muy fácil -murmuró Tom-. Yo te enseñaré.
-¿De veras? ¿Cuándo?
-A mediodía. ¿Vas a tu casa a almorzar?
-Si quieres, me quedaré.
-Muy bien, ¡al pelo! ¿Cómo te llamas?
-Becky Thatcher. ¿Y tú? ¡Ah, ya lo sé! Thomas Sawyer.
-Así es como me llaman cuando me zurran. Cuando soy bueno, me llamo Tom.
Llámame Tom, ¿quieres?
-Sí.
Tom empezó a escribir algo en la pizarra, ocultándolo a la niña. Pero ella había ya
abandonado el recato.
Le pidió que se la dejase ver. Tom contestó:
-No es nada.
-Sí, algo es.
-No, no es nada; no necesitas verlo.
-Sí, de veras que sí. Déjame.
-Lo vas a contar.
-No. De veras y de veras y de veras que no lo cuento.
-¿No se lo vas a decir a nadie? ¿En toda tu vida lo has de decir?
-No; a nadie se lo he de decir. Déjame verlo.
-¡Ea! No necesitas verlo.
-Pues por ponerte así, lo he de ver, Tom -y cogió la mano del muchacho con la
suya, y hubo una pequeña escaramuza. Tom fingía resistir de veras, pero dejaba
correrse la mano poco a poco, hasta que quedaron al descubierto estas palabras: Te
amo.
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Preparado por Patricio Barros