Tom Sawyer
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Mark Twain
Después siguió la orden:
-Y ahora se va usted a sentar con las niñas. Y que le sirva de escarmiento.
El jolgorio y las risas que corrían por toda la escuela parecían avergonzar al
muchacho; pero en realidad su rubor más provenía de su tímido culto por el ídolo
desconocido y del temeroso placer que le proporcionaba su buena suerte. Se sentó
en la punta del banco de pino y la niña se apartó bruscamente de él, volviendo a
otro lado la cabeza. Codazos y guiños y cuchicheos llenaban la escuela; pero Tom
continuaba inmóvil, con los brazos apoyados en el largo pupitre que tenía delante,
absorto, al parecer, en su libro. Poco a poco se fue apartando de él la atención
general, y el acostumbrado zumbido de la escuela volvió a elevarse en el ambiente
soporífero.
Después el muchacho empezó a dirigir furtivas miradas a la niña. Ella le vio, le hizo
un «hocico» y le volvió el cogote por un largo rato. Cuando, cautelosamente, volvió
la cara, había un melocotón ante ella.
Lo apartó de un manotazo; Tom volvió a colocarlo, suavemente, en el mismo sitio;
ella lo volvió a rechazar de nuevo, pero sin tanta hostilidad; Tom, pacientemente, lo
puso donde estaba, y entonces ella lo dejó estar.
Tom garrapateó en su pizarra: «Tómalo. Tengo más». La niña echó una mirada al
letrero, pero siguió impasible. Entonces el muchacho empezó a dibujar, en la
pizarra, ocultando con la mano izquierda lo que estaba haciendo. Durante un rato,
la niña no quiso darse por enterada; pero la curiosidad empezó a manifestarse en
ella con imperceptibles síntomas. El muchacho siguió dibujando, como si no se diese
cuenta de lo que pasaba. La niña realizó un disimulado intento para ver, pero Tom
hizo como que no lo advertía. Al fin ella se dio por vencida y murmuró:
-Déjame verlo.
Tom dejó ver en parte una lamentable caricatura de una casa, con un tejado
escamoso y un sacacorchos de humo saliendo por la chimenea. Entonces la niña
empezó a interesarse en la obra, y se olvidó de todo.
Cuando estuvo acabada, la contempló y murmuró:
-Es muy bonita. Hay un hombre.
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Preparado por Patricio Barros