TOM SOWYER Tom Sawyer - Mark Twain | Page 48

Tom Sawyer www.librosmaravillosos.com Mark Twain -Enséñalo. Tom sacó un papelito y lo desdobló cuidadosamente. Huckleberry lo miró codicioso. La tentación era muy grande. Al fin dijo: -¿Es de verdad? Tom levantó el labio y le enseñó la mella. -Bueno -dijo Huckleberry-, trato hecho. Tom encerró a la garrapata en la caja de pistones que había sido la prisión del «pellizquero», y los dos muchachos se separaron, sintiéndose ambos más ricos que antes. Cuando Tom llegó a la casita aislada de madera donde estaba la escuela, entró con apresuramiento, con el aire de uno que había llegado con diligente celo. Colgó el sombrero en una percha y se precipitó en su asiento con afanosa actividad. El maestro, entronizado en su gran butaca, desfondada, dormitaba arrullado por el rumor del estudio. La interrupción lo despabiló: -¡Thomas Sawyer! Tom sabía que cuando le llamaban por el nombre y apellido era signo de tormenta. -¡Servidor! -Ven aquí. ¿Por qué llega usted tarde, como de costumbre? Tom estaba a punto de cobijarse en una mentira, cuando vio dos largas trenzas de pelo dorado colgando por una espalda que reconoció por amorosa simpatía magnética, y junto a aquel pupitre estaba el único lugar vacante, en el lado de la escuela destinado a las niñas. Al instante dijo: He estado hablando con Huckleberry Finn. Al maestro se le paralizó el pulso y se quedó mirándole atónito, sin pestañear. Cesó el zumbido del estudio. Los discípulos se preguntaban si aquel temerario rapaz había perdido el juicio. El maestro dijo: -¿Has estado... haciendo... qué? -Hablando con Huckleberry Finn. La declaración era terminante. -Thomas Sawyer, ésta es la más pasmosa confesión que jamás oí: no basta la palmeta para tal ofensa. Quítate la chaqueta. El maestro solfeó hasta que se le cansó el brazo, y la provisión de varas disminuyó notablemente. 48 Preparado por Patricio Barros