Tom Sawyer
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Mark Twain
Los chicos le preguntaron el porqué de aquel apresuramiento.
-No os preocupéis; lo veréis en cuanto lleguemos a casa de la viuda.
Huck dijo, con cierta escama, porque estaba de antiguo acostumbrado a falsas
acusaciones:
-Mister Jones, no hemos estado haciendo nada.
El galés se echó a reír.
-De eso no sé nada, Huck. Yo no sé nada. ¿No estáis la viuda y tú en buenos
términos?
-Sí. Al menos ella ha sido buena conmigo.
-Pues
entonces,
¿qué
tienes
que
temer?
Esta
pregunta
no
estaba
aún
satisfactoriamente resuelta en la despaciosa mente de Huck cuando fue empujado,
juntamente con Tom, en el salón de recibir de la viuda. Jones dejó el carro a la
puerta y entró tras ellos.
El salón estaba profusamente iluminado, y toda la gente de alguna importancia en
el pueblo estaba allí: los Thatcher, los Harper, los Rogers, tía Polly, Sid, Mary, el
reverendo pastor, el director del periódico y muchos más, todos vestidos con el
fondo del área. La viuda recibió a los muchachos con tanta amabilidad como hubiera
podido mostrar cualquiera ante dos seres de aquellas trazas. Estaban cubiertos de
la cabeza a los pies de barro y de sebo. Tía Polly se puso colorada como un tomate,
de pura vergüenza, y frunció el ceño a hizo señas amenazadoras a Tom. Pero nadie
sufrió tanto, sin embargo, como los propios chicos.
-Tom no estaba en casa todavía -dijo el galés; así es que desistí de traerlo; pero me
encontré con él y con Huck en mi misma puerta y me los traje más que a paso.
-Hizo usted muy bien -dijo la viuda-. Venid conmigo, muchachos.
Se los llevó a una alcoba y les dijo:
-Ahora os laváis y os vestís. Ahí están dos trajes nuevos, camisas, calcetines, todo
completo. Son de Huck. No, no me des las gracias, Huck. Mister Jones ha comprado
uno y yo el otro. Pero os vendrán bien a los dos. Vestíos deprisa. Os esperaremos, y
en cuanto estéis lo bastante limpios vais allá.
Después se marchó.
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Preparado por Patricio Barros