Tom Sawyer
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Mark Twain
Volvió en seguida y rondó en torno de la valla hasta la noche «presumiendo» como
antes; pero la niña no se dejó ver, y Tom se consoló pensando que quizá se habría
acercado a alguna ventana y habría visto sus homenajes. Al fin se fue a su casa, de
mala gana, con la cabeza llena de ilusiones.
Durante la cena estaba tan inquieto y alborotado, que su tía se preguntaba «qué es
lo que le pasaría a ese chico». Sufrió una buena reprimenda por el apedreamiento,
y no le importó ni un comino. Trató de robar azúcar, y recibió un golpe en los
nudillos.
-Tía -dijo-, a Sid no le pegas cuando la coge.
-No; pero no la atormenta a una como me atormentas tú. No quitarías mano al
azúcar si no te estuviera mirando.
A poco se metió la tía en la cocina, y Sid, glorioso de su inmunidad, alargó la mano
hacia el azucarero, lo cual era alarde afrentoso para Tom, a duras penas soportable.
Pero a Sid se le escurrieron los dedos y el azucarero cayó y se hizo pedazos. Tom se
quedó en suspenso, en un rapto de alegría; tan enajenado, que pudo contener la
lengua y guardar silencio. Pensaba que no diría palabra, ni siquiera cuando entrase
su tía, sino que seguiría sentado y quedo hasta que ella preguntase quién había
hecho el estropicio; entonces se lo diría, y no habría cosa más gustosa en el mundo
que ver al «modelo» atrapado. Tan entusiasmado estaba que apenas se pudo
contener cuando volvió la anciana y se detuvo ante las ruinas lanzando relámpagos
de cólera por encima de los lentes. « ¡Ahora se arma!» -pensó Tom. Y en el mismo
instante estaba despatarrado en el suelo. La recia mano vengativa estaba levantada
en el aire para repetir el golpe, cuando Tom gritó:
-¡Quieta! ¿Por qué me zurra? ¡Sid es el que lo ha roto!
Tía Polly se detuvo perpleja, y Tom esperaba una reparadora compasión. Pero
cuando ella recobró la palabra, se limitó a decir:
-¡Vaya! No te habrá venido de más una tunda, se me figura. De seguro que habrás
estado haciendo alguna otra trastada mientras yo no estaba aquí.
Después le remordió la conciencia, y ansiaba decir algo tierno y cariñoso; pero
pensó que esto se interpretaría como una confesión de haber obrado mal y la
disciplina no se lo permitió; prosiguió, pues, sus quehaceres con un peso sobre el
corazón. Tom, sombrío y enfurruñado, se agazapó en un rincón, y exageró,
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Preparado por Patricio Barros