Tom Sawyer
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Mark Twain
que podía pasar casi toda la mañana del domingo antes que la madre de Becky
descubriera que su hija no estaba en casa de los Harper.
Los niños permanecieron con los ojos fijos en el pedacito de vela y miraron cómo se
consumía lenta a inexorablemente; vieron el trozo de pabilo quedarse solo al fin;
vieron alzarse y encogerse la débil llama, subir y bajar, trepar por la tenue columna
de humo, vacilar un instante en lo alto, y después... el horror de la absoluta
oscuridad.
Cuánto tiempo pasó después, hasta que Becky volvió a recobrar poco a poco los
sentidos y a darse cuenta que estaba llorando en los brazos de Tom, ninguno de
ellos supo decirlo. No sabían sino que, después de lo que les pareció un intervalo de
tiempo largísimo, ambos despertaron de un pesado sopor y se vieron otra vez
sumidos en sus angustias. Tom dijo que quizá fuese ya domingo, quizá lunes. Quiso
hacer hablar a Becky, pero la pesadumbre de su pena la tenía anonadada, perdida
ya toda esperanza. Tom le aseguró que tenía que hacer mucho tiempo que habrían
notado su falta y que sin duda alguna los estaban ya buscando.
Gritaría, y acaso alguien viniera. Hizo la prueba; pero los ecos lejanos sonaban en la
oscuridad de modo tan siniestro que no osó repetirla.
Las horas siguieron pasando y el hambre volvió a atormentar a los cautivos. Había
quedado un poco de la parte del pastel que le tocó a Tom, y lo repartieron entre los
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Preparado por Patricio Barros