Tom Sawyer
www.librosmaravillosos.com
Mark Twain
primorosamente reposado con varias manos de lechada, y hasta con una franja de
añadidura en el suelo, su asombro no podía expresarse en palabras.
-¡Alabado sea Dios! -dijo-. ¡Nunca lo creyera! No se puede negar: sabes trabajar
cuando te da por ahí. Y después añadió, aguando el elogio, pero te da por ahí rara
vez, la verdad sea dicha. Bueno, anda a jugar; pero acuérdate y no tardes una
semana en volver, porque te voy a dar una zurra.
Tan emocionada estaba por la brillante hazaña de su sobrino, que lo llevó a la
despensa, escogió la mejor manzana y se la entregó, juntamente con una edificante
disertación sobre el gran valor y el gusto especial que adquieren los dones cuando
nos vienen no por pecaminosos medios, sino por nuestro propio virtuoso esfuerzo. Y
mientras terminaba con un oportuno latiguillo bíblico, Tom le escamoteó una
rosquilla.
Después se fue dando saltos, y vio a Sid en el momento en que empezaba a subir la
escalera exterior que conducía a las habitaciones altas, por detrás de la casa. Había
abundancia de terrones a mano, y el aire se llenó de ellos en un segundo.
Zumbaban en torno de Sid como una granizada, y antes que tía Polly pudiera volver
de su sorpresa y acudir en socorro, seis o siete pellazos habían producido efecto
sobre la persona de Sid y Tom había saltado la cerca y desaparecido. Había allí una
puerta; pero a Tom, por regla general, le escaseaba el tiempo para poder usarla.
Sintió descender la paz sobre su espíritu una vez que ya había ajustado cuentas con
Sid por haber descubierto lo del hilo, poniéndolo en dificultades.
Dio la vuelta a toda la manzana y vino a parar a una calleja fangosa, por detrás del
establo donde su tía tenía las vaca