Tom Sawyer
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Mark Twain
venganza! Su primera idea fue huir; después se acordó que la viuda había sido
buena con él más de una vez, y acaso aquellos hombres iban a matarla.
¡Si se atreviera a prevenirla! Pero bien sabía que no habría de atreverse: podían
venir y atraparlo. Todo ello y mucho más pasó por su pensamiento en el instante
que medió entre las palabras del forastero y la respuesta de Joe el Indio.
-Porque tienes las matas delante. Ven por aquí y lo verás. ¿Ves?
-Sí. Parece que hay gente con ella. Más vale dejarlo.
-¡Dejarlo, y precisamente cuando me voy para siempre de esta tierra! ¡Dejarlo, y
acaso no se presente nunca otra ocasión! Ya te he dicho, y lo repito, que no me
importa su bolsa: puedes quedarte con ella. Pero me trató mal su marido, me trató
mal muchas veces, y, sobre todo, él fue el juez de paz que me condenó por
vagabundo. Y no es eso todo; no es ni siquiera la milésima parte. Me hizo azotar,
¡azotar delante de la cárcel como a un negro, con todo el pueblo mirándome!
¡Azotado!, ¿entiendes? Se fue sin pagármelo, porque se murió. Pero cobraré en ella.
-No, no la mates. No hagas eso.
-¡Matar! ¿Quién habla de matar? Le mataría a él si le tuviera a mano; pero no a
ella. Cuando quiere uno vengarse de una mujer no se la mata, ¡bah!, se le estropea
la cara. No hay más que desgarrarle las narices y cortarle las orejas como a un
verraco!
-¡Por Dios! ¡Eso es...!
-Guárdate tu parecer. Es lo más seguro para ti. Pienso atarla a la cama. Si se
desangra y se muere, eso no es cuenta mía: no he de llorar por ello. Amigo mío, me
has de ayudar en esto, que es negocio mío, y para eso estás aquí: quizá no pudiera
manejarme yo solo. Si te echas atrás, te mato, ¿lo entiendes? Y si tengo que
matarte a ti, la mataré a ella también, y me figuro que entonces nadie ha de saber
quién lo hizo.
-Bueno: si se ha de hacer, vamos a ello. Cuanto antes, mejor...; estoy todo
temblando.
-¿Hacerlo ahora y habiendo gente allí? Anda con ojo que voy a sospechar de ti,
¿sabes? No; vamos a esperar a que se apaguen las luces. No hay prisa.
Huck comprendió que iba a seguir un silencio aun más medroso que cien criminales
coloquios: así es que contuvo el aliento y dio un paso hacia atrás, plantando
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Preparado por Patricio Barros