TOM SOWYER Tom Sawyer - Mark Twain | Page 178

Tom Sawyer www.librosmaravillosos.com Mark Twain otro y todos ellos sin fin ni término. Nadie se sabía la caverna. Era cosa imposible. La mayor parte de los muchachos conocía sólo un trozo, y no acostumbraba a aventurarse mucho más allá de la parte conocida. Tom Sawyer sabía tanto como cualquier otro. La comitiva avanzó por la galería principal como tres cuartos de milla, y después grupos y parejas fueron metiéndose por las cavernas laterales, correteando por las tétricas galerías para sorprenderse unos a otros en las encrucijadas donde aquéllas se unían. Unos grupos podían eludir la persecución de los otros durante más de media hora sin salir del terreno conocido. Poco a poco, un grupo tras otro, fueron llegando a la boca de la cueva, sin aliento; cansados de reír, cubiertos de la cabeza a los pies de goterones de esperma, manchados de barro y encantados de lo que se habían divertido. Se quedaban todos sorprendidos de no haberse dado cuenta del transcurso del tiempo y que ya la noche se viniera encima. Hacía media hora que la campana del barco los estaba llamando; pero, aquel final de las aventuras del día les parecía también novelesco y romántico y, por consiguiente, satisfactorio. Cuando el vapor, con su jovial y ruidoso cargamento, avanzó en la corriente, a nadie importaba un ardite por el tiempo perdido, a no ser al capitán de la embarcación. Huck estaba ya en acecho cuando las luces del vapor se deslizaron, relampagueantes, frente al muelle. No oyó ruido alguno a bordo porque la gente joven estaba ya muy formal y apaciguada, como ocurre siempre a quien está medio muerto de cansancio. Se preguntaba qué barco sería aquél y por qué no atracaba en el muelle, y con esto no volvió a acordarse más de él y puso toda su atención en sus asuntos. La noche se estaba poniendo anubarrada y oscura. Dieron las diez, y cesó el ruido de vehículos; luces dispersas empezaron a hacer guiños en la oscuridad, los transeúntes rezagados desaparecieron, la población se entregó al sueño y dejó al pequeño vigilante a solas con el silencio y los fantasmas. Sonaron las once y se apagaron las luces de las tabernas, y entonces la oscuridad lo invadió todo. Huck esperó un largo rato, que le pareció interminable y tedioso, pero no ocurrió nada. Su fe se debilitaba. ¿Serviría de algo? ¿Sería realmente de alguna utilidad? ¿Por qué no desistir y marcharse a acostar? Oyó un ruido. En un instante fue todo atención. La puerta de la calleja se abrió suavemente. Se puso de un salto 178 Preparado por Patricio Barros