Tom Sawyer
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Mark Twain
otro y todos ellos sin fin ni término. Nadie se sabía la caverna. Era cosa imposible.
La mayor parte de los muchachos conocía sólo un trozo, y no acostumbraba a
aventurarse mucho más allá de la parte conocida. Tom Sawyer sabía tanto como
cualquier otro.
La comitiva avanzó por la galería principal como tres cuartos de milla, y después
grupos y parejas fueron metiéndose por las cavernas laterales, correteando por las
tétricas galerías para sorprenderse unos a otros en las encrucijadas donde aquéllas
se unían. Unos grupos podían eludir la persecución de los otros durante más de
media hora sin salir del terreno conocido.
Poco a poco, un grupo tras otro, fueron llegando a la boca de la cueva, sin aliento;
cansados de reír, cubiertos de la cabeza a los pies de goterones de esperma,
manchados de barro y encantados de lo que se habían divertido. Se quedaban todos
sorprendidos de no haberse dado cuenta del transcurso del tiempo y que ya la
noche se viniera encima. Hacía media hora que la campana del barco los estaba
llamando; pero, aquel final de las aventuras del día les parecía también novelesco y
romántico y, por consiguiente, satisfactorio. Cuando el vapor, con su jovial y
ruidoso cargamento, avanzó en la corriente, a nadie importaba un ardite por el
tiempo perdido, a no ser al capitán de la embarcación.
Huck
estaba
ya
en
acecho
cuando
las
luces
del
vapor
se
deslizaron,
relampagueantes, frente al muelle. No oyó ruido alguno a bordo porque la gente
joven estaba ya muy formal y apaciguada, como ocurre siempre a quien está medio
muerto de cansancio. Se preguntaba qué barco sería aquél y por qué no atracaba
en el muelle, y con esto no volvió a acordarse más de él y puso toda su atención en
sus asuntos. La noche se estaba poniendo anubarrada y oscura. Dieron las diez, y
cesó el ruido de vehículos; luces dispersas empezaron a hacer guiños en la
oscuridad, los transeúntes rezagados desaparecieron, la población se entregó al
sueño y dejó al pequeño vigilante a solas con el silencio y los fantasmas. Sonaron
las once y se apagaron las luces de las tabernas, y entonces la oscuridad lo invadió
todo. Huck esperó un largo rato, que le pareció interminable y tedioso, pero no
ocurrió nada. Su fe se debilitaba. ¿Serviría de algo? ¿Sería realmente de alguna
utilidad? ¿Por qué no desistir y marcharse a acostar? Oyó un ruido. En un instante
fue todo atención. La puerta de la calleja se abrió suavemente. Se puso de un salto
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Preparado por Patricio Barros