Tom Sawyer
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Mark Twain
-Ya lo creo. Era la persona más noble que ha habido nunca. Podía a todos los
hombres de Inglaterra con una mano atada atrás; y cogía su arco de tejo y
atravesaba una moneda de diez centavos, sin marrar una vez, a milla y media de
distancia.
-¿Qué es un arco de tejo?
-No lo sé. Es una especie de arco, por supuesto. Y si daba a la moneda nada más
que en el borde, se tiraba al suelo y lloraba, echando maldiciones. Jugaremos a
Robin Hood; es muy divertido. Yo te enseñaré.
-Conforme.
Jugaron, pues, a Robin Hood toda la tarde, echando de vez en cuando una ansiosa
mirada a la casa de los duendes y hablando de los proyectos para el día siguiente y
de lo que allí pudiera ocurrirles. Al ponerse el sol emprendieron el regreso por entre
las largas sombras de los árboles y pronto desaparecieron bajo las frondosidades
del monte Cardiff El sábado, poco después de mediodía, estaban otra vez junto al
árbol seco. Echaron una pipa, charlando a la sombra, y después cavaron un poco en
el último hoyo, no con grandes esperanzas y tan sólo porque Tom dijo que había
muchos casos en que algunos habían desistido de hallar un tesoro cuando ya
estaban a dos dedos de él, y después otro había pasado por allí y lo había sacado
con un solo golpe de pala. La cosa falló esta vez, sin embargo; así es que los
muchachos se echaron al hombro las herramientas y se fueron, con la convicción
que no habían bromeado con la suerte, sino que habían llenado todos los requisitos
y ordenanzas pertinentes al oficio de cazadores de tesoros.
Cuando llegaron a la casa encantada había algo tan fatídico y medroso en el silencio
de muerte que allí reinaba bajo el sol abrasador, y algo tan desalentador en la
soledad y desolación de aquel lugar, que por un instante tuvieron miedo de
aventurarse dentro. Después, se deslizaron hacia la puerta y atisbaron, temblando,
el interior. Vieron una habitación en cuyo piso, sin pavimento, crecía la hierba y con
los muros sin revocar; una chimenea destrozada, las ventanas sin cierres y una
escalera ruinosa; y por todas partes telas de araña colgantes y desgarradas.
Entraron de puntillas, latiéndoles el corazón, hablando en voz baja, alerta el oído
para atrapar el más leve ruido y con los músculos tensos y preparados para la
huida.
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Preparado por Patricio Barros