Tom Sawyer
-Pues
los
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bandidos,
por
supuesto.
¿Quiénes
Mark Twain
creías
que
iban
a
ser?
¿Superintendentes de escuelas dominicales?
-No sé. Si fuera mío el dinero no lo escondería. Me lo gastaría para pasarlo en
grande.
-Lo mismo haría yo; pero a los ladrones no les da por ahí: siempre lo esconden y
allí lo dejan.
-¿Y no vuelven más a buscarlo?
-No; creen que van a volver, pero casi siempre se les olvidan las señales, o se
mueren. De todos modos, allí se queda mucho tiempo, y se pone roñoso; y después
alguno se encuentra un papel amarillento donde dice cómo se han de encontrar las
señales..., un papel que hay que estar descifrando casi una semana porque casi
todo son signos y jeroglíficos.
-Jero... qué? Jeroglíficos...: dibujos y cosas, ¿sabes?, que parece que no quieren
decir nada.
-¿Tienes tú algún papel de esos, Tom?
-No.
-Pues entonces ¿cómo vas a encontrar las señales?
-No necesito señales. Siempre lo entierran debajo del piso de casas con duendes, o
en una isla, o debajo de un árbol seco que tenga una rama que sobresalga. Bueno,
pues ya hemos rebuscado un poco por la Isla de Jackson, y podemos hacer la
prueba otra vez; y ahí tenemos aquella casa vieja encantada junto al arroyo de la
destilería, y la mar de árboles con ramas secas... ¡carretadas de ellos!
-¿Y está debajo de todos?
-¡Qué cosas dices! No.
-Pues entonces, ¿cómo saber a cuál te has de tirar?
-Pues a todos ellos.
-¡Pero eso lleva todo el verano!
-Bueno, ¿y qué más da? Suponte que te encuentras un caldero de cobre con cien
dólares dentro, todos enmohecidos, o un arca podrida llena de diamantes. ¿Y
entonces? A Huck le relampaguearon los ojos.
-Eso es cosa rica, ¡de primera! Que me den los cien dólares y no necesito
diamantes.
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Preparado por Patricio Barros