Tom Sawyer
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Mark Twain
indudablemente por toda su estirpe, en la línea femenina hasta más allá de las
Cruzadas. «La amistad» era uno, «Recuerdos del pasado», «La Religión en la
Historia », «Las ventajas de la instrucción», «Comparación entre las formas de
gobierno», «Melancolía», «Amor filial», «Anhelos del corazón», etcétera, etcétera.
Una característica que prevalecía en esas composiciones era una bien nutrida y
mimada melancolía; otra, el pródigo despilfarro de «lenguaje escogido»; otra, una
tendencia a traer arrastradas por las orejas frases y palabras de especial aprecio,
hasta dejarlas mustias y deshechas de cansancio; y una conspicua peculiaridad, que
les ponía el sello y las echaba a perder, era el inevitable a insoportable sermón que
agitaba su desmedrada cola al final de todas y cada una de ellas. No importa cuál
fuera el asunto, se hacía un desesperado esfuerzo para buscarle las vueltas y
presentarlo de modo que pudiera parecer edificante a las almas morales y devotas.
La insinceridad, que saltaba a los ojos, de tales sermones no fue suficiente para
desterrar esa moda de las escuelas, y no lo es todavía; y quizá no lo sea mientras el
mundo se tenga en pie. No hay ni una sola escuela en nuestro país en que las
señoritas no se crean obligadas a rematar sus composiciones con un sermón; y se
puede observar que el sermón de la muchacha más casquivana y menos religiosa de
la escuela es siempre el más largo y el más inexorablemente pío. Pero basta de
esto, porque las verdades acerca de nosotros mismos dejan siempre, mal sabor de
boca, y volvamos a los exámenes. La primera composición leída fue una que tenía
por título « ¿Es eso, pues, la vida?» Quizá el lector pueda soportar un trozo: En la
senda de la vida, ¡con qué ardientes ilusiones la fantasía juvenil saborea de
antemano los goces de las fiestas y mundanos placeres! La ardorosa imaginación se
afana en pintar cuadros de color de rosa. Con los ojos de la fantasía, frívola esclava
de la moda se ve a sí misma en medio de la deslumbrante concurrencia, siendo el
centro de todas las miradas. Ve su figura grácil, envuelta, en níveas vestiduras,
girando, entre las parejas del baile, ávidas de placeres: su paso es el más ligero; su
faz, la más hermosa. El tiempo transcurre veloz en tan deliciosas fantasías, y llega
la ansiada hora de penetrar en el olímpico mundo de sus ardientes ensueños. Todo
aparece como un cuento de hadas ante sus hechizados ojos, y cada nueva escena le
parece más bella. Pero en breve plazo descubre que bajo esa seductora apariencia
todo es vanidad; la adulación, que antes encantaba su mente, ahora hiere sus
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Preparado por Patricio Barros