Tom Sawyer
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Mark Twain
de él y seis enfrente estaban ocupados por los dignatarios de la población y por los
padres de los escolares. A la izquierda, detrás de los invitados, había una espaciosa
plataforma provisional, en la cual estaban sentados los alumnos que iban a tomar
parte en los ejercicios: filas de párvulos relavados y emperifollados hasta un grado
de intolerable embarazo y malestar: filas de bigardones encogidos y zafios; nevados
bancos de niñas y señoritas vestidas de blanco linón y muselina y muy preocupadas
de sus brazos desnudos, de las alhajas de sus abuelas, de sus cintas azules y rojas
y de las flores que llevaban en el pelo; y todo el resto de la escuela estaba ocupado
por los escolares que no tomaban parte en el acto.
Los ejercicios comenzaron. Un chico diminuto se levantó y, hurañamente, recitó lo
de «no podían ustedes esperar que un niño de mi coma edad hablase en público»,
etc., etc., acompañándose con los ademanes trabajosos, exactos y espasmódicos
que hubiera empleado una máquina, suponiendo que la máquina estuviese un tanto
desarreglada. Pero salió del trance sano y salvo, aunque atrozmente asustado, y se
ganó un aplauso general cuando hizo su reverencia manufacturada y se retiró.
Una niña ruborizada tartamudeó «María tuvo un corderito», etc., hizo una cortesía
que inspiraba compasión, recibió su recompensa de aplausos y se sentó enrojecida
y contenta.
Tom Sawyer avanzó con presuntuosa confianza y se lanzó en el inextinguible
discurso «O libertad o muerte» con briosa furia y frenética gesticulación, y se atascó
a la mitad. Un terrible pánico le sobrecogió de pronto, las piernas le flaquearon y le
faltaba la respiración. Verdad es que tenía la manifiesta simpatía del auditorio...,
pero también su silencio, que era aún peor que la simpatía. El maestro frunció el
ceño, y esto colmó el desastre. Aún luchó un rato, y después se retiró,
completamente derrotado. Surgió un débil aplauso, pero murió al nacer.
Siguieron otras conocidas joyas del género declamatorio; después hubo un concurso
de ortografía; la reducida clase de latín recitó meritoriamente. El número más
importante del programa vino después: «Composiciones originales», por las
señoritas. Cada una de éstas, a su vez, se adelantó hasta el borde del tablado, se
despejó la garganta y leyó su trabajo, con premioso y aprensivo cuidado en cuanto
a «expresión» y p