Tom Sawyer
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Mark Twain
Capítulo 21
Elocuencia... y la “cúpula dorada” del maestro
Las vacaciones se acercaban. El maestro, siempre severo, se hizo más irascible y
tiránico que nunca, pues tenía gran empeño en que la clase hiciera un lucido papel
el día de los exámenes. La vara y la palmeta rara vez estaban ociosas, al menos
entre los discípulos más pequeños. Sólo los muchachos espigados y las señoritas de
dieciocho a veinte escaparon a los vapuleos. Los que administraba mister Dobbins
eran en extremo vigorosos, pues aunque tenía, bajo la peluca, el cráneo mondo y
coruscante, todavía era joven y no mostraba el menor síntoma de debilidad
muscular. A medida que el gran día se acercaba todo el despotismo que tenía
dentro salió a la superficie: parecía que gozaba, con maligno y rencoroso placer, en
castigar las más pequeñas faltas. De aquí que los rapaces más pequeños pasasen
los días en el terror y el tormento y las noches ideando venganzas. No
desperdiciaban ocasión de hacer al maestro una mala pasada. Pero él les sacaba
siempre ventaja. El castigo que seguía a cada propósito de venganza realizado era
tan arrollador a imponente que los chicos se retiraban siempre de la palestra,
derrotados y maltrechos. Al fin se juntaron para conspirar y dieron con un plan que
prometía una deslumbrante victoria. Tomaron juramento al chico del pintor-
decorador, le confiaron el proyecto y le pidieron su ayuda. Tenía él hartas razones
para prestarla con júbilo, pues el maestro se hospedaba en su casa y había dado al
chico infinitos motivos para aborrecerle. La mujer del maestro se disponía a pasar
unos días con una familia en el campo, y no habría inconvenientes para realizar el
plan. El maestro se apercibía siempre para las grandes ocasiones poniéndose a
medios pelos, y el hijo del pintor prometió que cuando el dómine llegase al estado
preciso, en la tarde del día de los exámenes, él «arreglaría» la cosa mientras el otro
dormitaba en la silla, y después harían que lo despertasen con el tiempo justo para
que saliera precipitadamente hacia la escuela.
En la madurez de los tiempos llegó la interesante ocasión. A las ocho de la noche la
escuela estaba brillantemente iluminada y adornada con guirnaldas y festones de
follaje y de flores. El maestro estaba entronizado en su poltrona, con el encerado
detrás de él. Parecía un tanto suavizado y blando. Tres filas de bancos a cada lado
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Preparado por Patricio Barros