buenas, y así será recordada, como uno de los
personajes más histriónicos, infantiles e irra-
cionales de este mundo loco.
Loco e injusto. Porque Betty está enfada y con
razón. Mientras los hippies vagabundean, los
rusos logran ir al espacio, el Gobierno descubre
sus bases militares en Cuba, Kennedy muere y
los A1 hacen los petates rumbo a Vietnam, Bet-
ty se aburre. ¿Por qué no puede ser feliz? ¿Qué
ha hecho mal?
A lo largo de las 7 temporadas de Mad Men,
Betty nos cuenta que estudió en un colegio fe-
menino e incluso aprendió italiano y viajó por
Europa con una amiga. De vuelta en la ciudad
hizo sus pinitos como modelo, trabajo que la
apasionaba y a través del cual conoció al que
será su marido durante más de 10 años. Y ya.
Ahí acaba todo. Si Betty resulta en ocasiones
incomprensible, caprichosa y colérica es por-
que está cabreada, cabreada por haber hilado
cada puntada a la perfección -colegio mayor, co-
nocer a un hombre, casarse, hijo, hijo, casa en
las afueras, bajilla nueva, hijo- de lo que sería
la maravillosa aventura de su vida, con lo que
soñaba de cría con sus compañeras de colegio
cuando se trenzaban el pelo por las noches.
Pero no es feliz.
Podemos culpar a Betty de falta de ambición, de
debilidad de espíritu y conformidad con el statu
quo pero, ¿dónde dejamos a Peggy?
La chica de pueblo que llega a la gran manza-
na dispuesta a merendársela y que a pesar de
lograr la independencia anhelada, alzándose
como una publicista de éxito, todavía siente
que hay algo que se le resiste.
Mientras una muere de desidia ante la mono-
tonía, la otra sigue esperando por la casa y el
jardín. Y es que las verdaderas protagonistas de
la serie, son las mujeres. Dos ejemplos tan dife-
rentes muestran cómo, mientras los mad men
se enfrentan a una historia que los pone a prue-
ba y que les permite desarrollarse, parece que
para ellas no hay redención. Se mire por donde
se mire, siempre hay algo que se les escapa.
Porque no importa cómo te enfrentes a los 60’s.
Ellos ya han tirado los dados por ti.