THE SEASONS THE SEASONS | Page 14

Por Marta RUBIO BETTY ESTÁ ENFADADA. NO, ENFADADA no, está furiosa. Enciende un cigarrillo y aspira ansiosamente el veneno como si fuera maná se- cado y enrollado en una papelina. El humo del tabaco le hace compañía en su preciosa cocina de estilo suburbano en su armoniosa casa uni- familiar rodeada de carreteras seguras y vecinas curiosonas. ¿Dónde estará? ¿volverá esta no- che o regresará mañana apestando a excusas y con los dedos todavía fríos del desayuno? Dos cubos de hielo y whiskey escocés. Mierda, la puerta no abre. La cerradura debe es- tar oxidada. Peggy golpea la puerta del aparta- mento con los nudillos, esperando que la chica nueva -¿cómo se llamaba?- no se haya dormido. Por desgracia todavía no puede pagar una habi- tación decente , así que alguien escucha sus ruegos a través de las finas paredes y se levanta a abrirle. Mierda es la casera. “Sí, sí, trabajo demasiado. No, no he estado con ningún chico. No, no quiero quedar el martes con su sobrino el contable. Gracias señora Maison. Buenas no- ches. Sí”. Betty, Peggy, las constantes femeninas en la vida del excéntrico Donald Draper llegan al fi- nal del día a años luz la una de la otra. ¿Lo que tienen en común? A Draper, los años 60 y Nue- va York. ¿Lo que las diferencia? Quizá Peggy lo- gró ganarse a su público a base de obstinación, ambición, queriendo -y logrando- abrirse paso en un mundo de corbatas. Es una luchadora. Pero Betty, oh Betty, la historia del odio a la pena. A pesar del triste final, a menudo dicen que una mala acción pesa lo mismo que cinco