Kafka por "Pok" Manero
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Condené a mi gato al nombrarlo en honor al escritor de Praga. Desde pequeño se volvió taciturno y neurótico, podría jurar que incluso depresivo. Para Kafka, el suicidio representa una alternativa esperanzadora: si nada más funciona, siempre queda esa opción. Para mi compañero felino, no obstante, era más que una posibilidad retórica.
Al principio pensamos que fue un accidente, un descuido. En casa de mis padres, cuando aún vivíamos todos juntos, tuvimos una plaga de ratas. Kafka era muy pequeño en ese entonces, incapaz de hacerle frente a los temibles roedores, por lo que decidimos ponerles tortillas envenenadas. Una tarde encontramos al pequeño felino gris tirado en el piso; tardamos en razonar que había ingerido el contenido de nuestra trampa, no tenía razón para hacerlo pues lo habíamos alimentado con abundancia no más de dos horas antes. De camino al veterinario, dejó de respirar.
Temimos llegar demasiado tarde, pero en el consultorio resucitó de manera milagrosa. Bromeamos sobre las siete vidas que cada gato se supone tiene y, aliviados, volvimos a casa. De vuelta a las cotidianas peleas domésticas.
El segundo episodio ocurrió cuando nuestra mascota –aunque se nos dificultaba pensar en él como tal- ya era un gato adulto. Era la hora de la comida y lo buscamos por todas partes sin mucho éxito, Decidimos dejarlo ser, total, ya vendrá cuando tenga hambre. Entramos a la cocina. ¿Quién dejó abierta la llave del gas? Ventilamos con premura el lugar y descubrimos que era la perilla del horno la que había sido girada. Al abrirlo, encontramos su cuerpo inerte. No tardaron las recriminaciones, que si fue descuido tuyo, ¿cómo crees?, ni modo que hubiera dejado el horno y la llave abiertas, ni iba a usarlo, entonces ¿quién fue?, ¿lo hiciste a propósito?, retira lo dicho… ya se imaginarán. El suceso sólo sacó a flote las hostilidades que se venían fraguando desde antes.
Le dimos digno entierro en el jardín e intentamos dejar el asunto por la paz. Pero esa noche, entre sueños, sentí algo acomodándose en mi cama. Me despabilé por completo, prendí la luz, y ahí estaba: cubierto de tierra, a mis pies, tan quitado de la pena. Desperté a todos, no sabíamos qué pensar. Nuevamente entró en la conversación el tema de las múltiples vidas de los félidos, pero esta vez nos costó más trabajo tomárnoslo a la ligera.