Kafka
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félidos, pero esta vez nos costó más trabajo tomárnoslo a la ligera.
Las cosas en la casa empeoraron, el ambiente cada vez era más tenso. Su tercera muerte fue el detonador de nuestra separación definitiva. Esta vez fue claro que se trató de un suicidio: se ahorcó. No sabemos cómo hizo el nudo, pero es claro que no fue ninguno de nosotros, todos estábamos fuera cuando sucedió. Lo primero que supusimos al llegar a la casa fue que alguien se había metido y lo había matado, pero no faltaba nada ni había señas de una entrada forzada, todas las puertas y ventanas estaban cerradas desde dentro. Fue entonces cuando propuse la descabellada idea, medio en broma, medio en serio: quizás ya no aguantaba escucharnos pelear y se quitó la vida. Me sorprendí al no recibir ninguna burla, todos pensábamos algo similar. Lo que no me sorprendió tanto fue el hecho de que esa noche volviera una vez más, con el mismo talante melancólico de siempre.
Decidí que debía salir de ahí. No fui el único: mis padres por fin se divorciaron, mi hermano se fue con mis tíos a Tijuana, mi hermana se juntó con su novio y yo me mudé a un departamento. Entre todos decidimos que Kafka se quedaría conmigo, dado que yo soy el menor y siempre conviví con él de una manera especial. Pensé que sería el fin de sus tendencias autodestructivas.
Llevaba poco viviendo por mi cuenta cuando volvió a ocurrir. Venía regresando tras una cita y lo encontré en el baño, tumbado en el piso de la regadera. A su lado, mi frasco de píldoras para dormir y una botella de vodka vacíos. Intenté resucitarlo, pero no tenía caso: estaba más tieso que un tronco. Me puse a llorar apoyado en la taza, sacando todos mis sentimientos reprimidos. ¿Habría sido mi culpa? ¿Fue algo que dije? O más bien algo que no dije, tenía años de no decirle te quiero, a ninguno de ellos. No tiene caso, ya no están aquí, ninguno de ellos.
Pero Kafka regresó, una vez más.
* * *
A través de los años he cambiado de departamento, de roommate, de trabajo y de pareja incontables veces, con mi siempre fiel compañero de aquí para allá. Mi familia es sólo un recuerdo del pasado y todo pinta bien, aun con los pormenores que nunca faltan. Kafka se suicidó dos veces más en este tiempo: su quinta muerte fue con una hoja de afeitar (inexplicable, yo siempre he usado rasuradora eléctrica) y la sexta tirándose por la ventana del cuarto piso en el cual actualmente vivo (y no cayó de pie, por si se lo preguntan). Ni siquiera lo enterré, siempre vuelve en sí antes de empezar a descomponerse. Aunque ahora me preocupa que esté en su última vida. Hay quienes dicen que no son siete vidas sino nueve, pero no pienso averiguarlo: si se suicida una vez más, lo cremaré.