Test Drive | Page 85

A los españoles les habría sido muy fácil pegarles un tiro sobre el agua, pero estaban interesados en apresarlos con vida. Con pocas remadas llegaron hasta ellos y los golpearon con la proa de la chalupa. Antes de que se recobraran del golpe, veinte brazos los subieron a bordo, los desarmaron y los ataron. Cuando el Corsario Negro se dio cuenta de lo ocurrido estaba atado, al igual que sus dos compañeros. Un hombre vestido elegantemente con un traje de caballero castellano se hallaba a su lado. —¡Usted..., Conde!... —exclamó sorprendido el Corsario. —Yo, caballero —respondió el castellano sonriendo. —Jamás hubiera creído que el Conde de Lerma olvidara tan pronto que le salvé la vida en Maracaibo. —¿Qué le hace pensar, señor de Ventimiglia, que yo no recuerde el día en que tuve la suerte de conocerle? —dijo el Conde, en voz baja. —El que me haya tomado prisionero y me lleve para entregarme al duque flamenco. —¿Y qué? —¿Ignora el tremendo odio que hay entre el duque y yo? ¿Que él ahorcó a mis dos hermanos? —¡Bah! —No quiere creerlo, Conde. —Quiero que sepa que esta carabela me pertenece, que los marineros sólo obedecen mis órdenes. —Wan Guld gobierna Maracaibo. Todos los españoles le deben obediencia. —Gibraltar y Maracaibo están lejos, caballero. Yo le mostraré luego cómo el Conde de Lerma burlará al flamenco. Y ahora, silencio. La chalupa, seguida de los otros dos botes, se detenía junto a la carabela. Obedeciendo al Conde, los marineros transbordaron a los tres filibusteros. Desde el alcázar de popa descendió rápidamente un hombre de aspecto imponente, larga barba blanca, anchos hombros y excepcional contextura física a pesar de sus sesenta años. Como los viejos dogos venecianos, vestía una espléndida coraza de acero cincelado, llevaba una larga espada y, en la cintura, un puñal con mango de oro. El resto del traje era español. Miró en silencio al Corsario. Luego, con voz lenta y mesurada, dijo: Página 85