Les fue fácil poner en el agua la embarcación, dentro de la cual se ubicaron y cogieron
los remos. Se alejaron sesenta pasos, y ya los alentaba la esperanza de huir, cuando se
escucharon tiros en la cresta de la colina y estridentes gritos. Al ruido de las descargas se
despertaron los dos marineros de la playa, quienes al ver su bote lejos se lanzaron a las armas
gritando:
—¡Deténganse!... ¿Quiénes son ustedes?
—¡Que el diablo los lleve consigo!...—gritó Carmaux, en el instante en que una bala
le cortaba el remo de tres pulgadas del borde de la barca.
—¡Coge otro remo, Carmaux! —gritó el Corsario.
—¡Rayos!... —señaló Wan Stiller—. ¡Una chalupa nos persigue!
—Ocúpense de los remos. Yo la mantendré alejada a tiros.
Entretanto, desde lo alto de la colina llegaba el estruendo del tiroteo.
El bote se distanciaba velozmente de la isla, proa a la desembocadura del Catatumbo,
situada a unas cinco o seis millas. Podían escapar de la persecución si lograban pasar
desapercibidos para la carabela. Desgraciadamente, la alarma había cundido por la costa
septentrional de la isla. No habían logrado recorrer mil metros, cuando otros dos botes, uno de
ellos bastante grande y armado con una culebrina de desembarco, empezaron a darles caza.
—¡Estamos perdidos! —exclamó involuntariamente el Corsario—. ¡Amigos, debemos
prepararnos para vender cara la vida!
—¡Por mil truenos!... —gritó Carmaux—. ¿Será posible que tan pronto nos vayamos
al otro mundo?
El bote mayor avanzaba a gran velocidad. A trescientos pasos de los filibusteros, una
voz gritó:
—¡Ríndanse o los hundo!
—¡Los hombres de mar mueren, pero no se rinden! —contestó el Corsario.
—¡El gobernador les perdona la vida!
—¡Ahí tienen respuesta!
El Corsario apuntó y tiró; uno de los remeros cayó muerto. Un grito de furor salió de
los tres botes.
—¡Fuego! —ordenó una voz.
La culebrina disparó con gran estrépito. Un instante después, la chalupa corsaria hacía
agua a raudales. Los filibusteros se lanzaron al agua.
—¡Agarren la espada con los dientes y prepárense para el abordaje! —aulló el
Corsario— ¡Moriremos sobre la chalupa!
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