—Sí, hay que atrincherarse en esta cumbre.
Y sin mayor discusión, los filibusteros se pusieron a trabajar. Transportaron piedras de
gran tamaño hasta la cima de la colina, formando una trinchera circular. Luego acarrearon
muchas plantas de espino, con las que construyeron una eficaz barrera para el enemigo.
—Sólo falta lo más importante para una guarnición poco numerosa —se quejó el
hamburgués.
—¿A qué te refieres?
—A la despensa del escribano de Maracaibo.
—¡Centellas! Olvidaba que no nos queda ni una galleta que morder.
—No vamos a poder convertir piedras en panes.
—No te preocupes, amigo Wan Stiller. Recorreremos el bosque.
Mientras el Corsario hacía de vigía, bajaron una vez más la colina ocultos entre el
follaje. Regresaron casi al alba, cargados como mulas. Traían cocos y naranjas de una
plantación indígena; cavoli de palma, que puede reemplazar al pan; una gran tortuga de agua
que habían sorprendido en un laguito, y algunos peces. Si economizaban las provisiones,
podrían tener alimentos para cuatro días.
Pero su mayor alegría había sido el descubrimiento del mabuyero, una planta
sarmentosa de las Guayanas que embriaga a los peces y produce cólicos a los hombres. Con
sus tallos habían envenenado las aguas del estanque al que los españoles deberían acudir a
beber.
—Las chalupas han rodeado la isla —les dijo el Corsario, cuando los vio llegar.
—¡Ay!... Son demasiados. No sé si el niku alcanzará para todos —comentó Carmaux.
—¿Qué es el niku? —preguntó el Corsario.
—Es una bebida de mabuyero que da cólico —contestó Wan Stiller.
—Tengo hombres astutos —los elogió el Corsario.
De pronto se oyó un disparo.
Los filib usteros se distribuyeron en puestos de observación, intentando averiguar
desde dónde se había disparado, pero el enemigo no se mostraba.
—¿Ven a alguien? —preguntó el Corsario.
—Ni siquiera un mosquito, señor.
—No creo que se atrevan a atacarnos de día. Pienso que esperarán la noche.
—Entonces voy a preparar el almuerzo —anunció Carmaux, tomando un par de peces.
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