Test Drive | Page 77

—Partió hace tres horas —habló el llamado Pedro—, con un guía indígena... y dos oficiales... Van para el lago..., donde el indio tiene una barca. —Amigos —apuró el Corsario—, hay que continuar rápido. —¡Señor! —rogó el catalán—. No puedo abandonar a mis camaradas. El lago está cerca. Mi misión ha terminado. Renuncio a mi venganza. —Estás en libertad de hacer lo que quieras —contestó el Corsario—, pero tu auxilio es inútil. Te dejo a Moko. Mis dos filibusteros y yo podemos atrapar a Wan Guld. —Nos veremos en Gibraltar, señor. Se lo prometo. El Corsario reinició la marcha a paso vivo, tratando de acortar la ventaja que llevaba el gobernador. Eran ya las cinco de la tarde y necesitaba apurarse aún más. Felizmente, el bosque se abría y la cercanía del lago se intuía en el aire salino. A las siete, cuando el sol caía, viendo a los marineros exhaustos, el Corsario les dio un cuarto de hora de descanso para que comieran las galletas que habían tomado de los soldados moribundos y se repusieran. —Vamos —dijo Carmaux, levantándose con esfuerzo. Hacía veinte minutos que caminaban, cuando vieron una luz entre el follaje. —¡El golfo! —exclamó Carmaux. —¡El campamento! —aulló el Corsario—. ¡El asesino de mis hermanos es mío! Echaron a correr con sus armas dispuestas. Pero al llegar junto al fuego, donde había huellas de un reciente vivac, no encontraron a nadie. —¡Maldición! —gritó el Corsario. —¡No, señor! —indicó Carmaux—. Están allá, en la playa, al alcance de nuestras pistolas. Los tres hombres corrieron hacia la playa. —¡Detente, Wan Guld! —aulló el Corsario—. ¡Detente si no eres un cobarde! Los hombres que se embarcaban en una canoa respondieron con disparos. Los filibusteros contestaron en igual forma y un hombre cayó al agua, acompañado de un grito. La canoa se alejó velozmente, comenzando a desaparecer en la oscuridad que caía. El Corsario estaba ebrio de rabia. —¡Capitán! —gritó Carmaux—; Allá en la arena hay otra canoa. —¡Wan Guld es mío! —aulló el caballero, con alegría, y los tres 6R&V6