Sin haber encontrado huellas de Wan Guld y su escolta, asaron el maracaya y lo
comieron, agobiados por el calor. Luego reemprendieron la marcha a través de una zona
infestada por nubes de moscas que atacaban con verdadero furor a los filibusteros, haciendo
blasfemar a Carmaux y Wan Stiller.
Al caer la tarde, se detuvieron para buscar un lugar donde acampar. El africano, que se
había alejado algunos pasos, volvió con el rostro ceniciento.
—¿Qué te pasa, compadre "carboncillo"? —preguntó C &