Test Drive | Page 74

La fiera maullaba y resoplaba. De pronto se recogió sobre sí misma y saltó a una rama más baja, pero al pasar, el africano le asestó un golpe de maza en plena cabeza, haciéndola caer. —¿Era un jaguar?... Me pareció un poco chico. —Es un maracaya, un gato grande que no ataca al hombre. —¡Bandido! —exclamó Carmaux—. Me lo comeré asado. —Tendremos ocasión de probarlo cuando atravesemos el bosque pantanoso, donde casi no hay animales —comentó el catalán. —Quiero estar cuanto antes en Gibraltar —dijo el Corsario—. ¡No quiero que Wan Guld se me escape! —En Gibraltar también estaré yo, señor —terció el catalán—. Y no lo perderé de vista. No he olvidado los veinticinco azotes que me hizo dar. —¿Qué quieres decir? —Que entraré antes que usted para vigilarlo. —¿Antes que nosotros? —Señor, soy español. Espero que me permita dejarme matar junto a mis camaradas. —¿Pero tú quieres defender Gibraltar? Todos los españoles que están allí morirán. —Sea. Pero morirán empuñando las armas, defendiendo el estandarte de la patria lejana —dijo el catalán, conmovido. —Eres un valiente —repuso el Corsario—. Sí; llegarás antes que nosotros para luchar junto a tus compañeros. Wan Guld es flamenco, pero Gibraltar es española. Habían caminado muchas horas a marcha forzada desde que saliera el sol. El terreno, hasta entonces seco, se impregnaba rápidamente de agua y el aire se saturaba de humedad. Un silencio profundo reinaba bajo los vegetales, como si el exceso de agua y los vapores de la fiebre causaran el éxodo de pájaros y animales. —¡Por mil tiburones!... —exclamó Carmaux—. Se diría que estamos atravesando un enorme cementerio. —Esta humedad me penetra en los huesos —comentó Wan Stiller. El calor era intenso, aun debajo de las plantas; era un calor depresivo que hacía traspirar sin tregua. De cuando en cuando, el camino estaba cortado por anchas charcas, llenas de agua oscura y pútrida. Otras veces debían buscar un vado, pues no era posible fiarse de las arenas traidoras que podían tragarlos. Al borde de las charcas abundaban los reptiles venenosos, de los que debían cuidarse. Todas estas precauciones les hacían perder mucho tiempo. Página 74