Test Drive | Page 73

blando del bosque. Apenas alcanzaron a ocultar los cuerpos, cuando la tribu, que seguramente había seguido a Wan Guld, volvía gritando, alertada por los disparos; —¡Huyamos! —gritó el Corsario, que hacía de centinela—, o tendremos a toda la tribu encima. —Trepemos a ese árbol —dijo el catalán—. En ese follaje nunca nos encontrarán. El árbol era un summameira, uno de los más grandes que crecen en los bosques de Venezuela. Sus ramas son muy numerosas y el follaje abundante, por lo cual los filibusteros no tuvieron problemas para ascender hacia la copa, hasta unos cincuenta metros de altura. Carmaux se acomodaba en la bifurcación de una rama, cuando sintió que ésta se doblaba por el peso de otro cuerpo. —No te muevas tanto, Wan Stiller. Si nos caemos, nos haremos polvo. —¿Qué dices?... —preguntó el Corsario—. Wan Stiller está aquí, a mi lado. —¡Demonios! ¿Quién está en mi rama? —averiguó Carmaux. —¡Silencio! Los guarives están por llegar. —Juraría que esos ojos pertenecen a un jaguar —dijo el catalán. —¿Un jaguar?... —exclamó Carmaux, con un escalofrío. —¡Silencio! —susurró el Corsario—. Ya están aquí. Los indios llegaban gritando como poseídos. Eran más de ochenta, todos armados. Al ver a sus compañeros muertos y a los blancos desaparecidos, salieron en todas direcciones, en una explosión de cólera. Picaneaban las malezas y el follaje, con la esperanza de encontrar nuevos blancos para su banquete. Los filibusteros no respiraban. Pero, más que los antropófagos que rastreaban los alrededores, ahora les preocupaba el maldito jaguar o lo que fuera, que hasta ese instante no se había movido. —¡Condenado animal! —mascullaba Carmaux, helado, mirando los ojos amarillos que brillaban en la oscuridad. —¡No te muevas, Carmaux! No temas, estoy listo con la espada —ordenó el Corsario. —Silencio! Unos indios se acercan. Dos indios rondaron algunos minutos alrededor del gigantesco tronco, y luego se alejaron, desapareciendo en la maleza. Los gritos de sus compañeros se oían cada vez más lejos. —¡Carmaux! —susurró el Corsario—, sacude ahora tu rama. Deshazte de ese peligroso acompañante. Estamos listos para defenderte. Carmaux se puso a remecer violentamente el follaje bajo el que estaba. —¡Fuerza, Carmaux! —gritó el catalán. Página 73