encerrarse en su camarote. Nadie lo había visto, ni siquiera Wan Stiller y Carmaux. Se
sospechaba, eso sí, que estaba con el africano, pues a éste tampoco se le encontraba por parte
alguna del buque.
Llegada la noche, y mientras El Rayo recogía parte de sus velas, Wan Stiller y
Carmaux, que rondaban cerca de la cámara, vieron salir por la escotilla la cabeza lanuda del
africano.
—¡Eh, compadre! —dijo Carmaux al negro—. Ya era tiempo de que vinieras a saludar
al compadre blanco.
—El patrón no ha hecho otra cosa que hablar de sus hermanos y de venganzas
tremendas.
—Y las cumplirá. Wan Guld siente un odio implacable hacia el Corsario, pero le será
fatal —aseguró Carmaux.
—¿Y se sabe cuál es el motivo de ese odio, compadre blanco?
—Es muy antiguo. Desde que estaban en Europa. Wan Guld había jurado vengarse de
los tres corsarios antes de venir a América.
—¿Ya se conocían antes?
—Eso se dice. Los tres eran hermosos y valientes. El Verde era el más joven, y el
Negro, el mayor; pero en ánimo, ninguno era inferior al otro. Y sus tres barcos eran los más
veloces y los mejor armados de todo el filibusterismo.
—Lo creo —contestó el africano—. Basta con mirar este barco.
—Pero también para ellos llegaron días tristes —prosiguió Carmaux—. El Corsario
Verde, que había zarpado de las Tortugas, fue sorprendido por la escuadra española. Tras una
batalla desesperada, le capturaron y le condujeron a Maracaibo, donde lo ahorcaron por orden
de Wan Guld.
—Lo recuerdo —expresó el negro—; pero su cadáver no quedó para pasto de las
fieras. El Corsario Negro, con algunos servidores, robó el cadáver y logró sepultarlo en el
mar.
—Ahora le ha tocado al Corsario Rojo. También ha sido sepultado en el mar Caribe.
—Compadre, va a ir a Maracaibo muy pronto. El comandante me ha pedido datos
precisos. Piensa atacar la ciudad con una flota numerosa.
—El terrible Olonés Pedro Nun es amigo del Corsario Negro y se encuentra todavía en
las Tortugas. ¿Quién va a poder resistir a esos dos hombres? ¡Mírale! ¿No da miedo ese
hombre?
Allí, sobre el puente, estaba el Corsario con su atuendo negro.
—¡Parece un espectro! —murmuró en voz baja Wan Stiller.
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