—¿Será el hermano del muerto?
—¡Silencio, camarada!
Los dos miraron al Corsario, pero éste seguía inmóvil, con los ojos fijos en el muerto.
—¿Has oído ese grito, compadre negro?
—¡Sí!
—¿Qué crees que haya sido?
—Quizás lo haya lanzado un lamantino.
—¡Hum! —exclamó Carmaux—. Habrá sido un lamantino, pero...
Se interrumpió bruscamente y palideció. Detrás de la popa del bote, entre un círculo
de espuma luminosa, desaparecía una forma oscura e indecisa, hundiéndose en el acto en los
negros abismos.
—¿Has visto? —preguntó con voz ahogada a Wan Stiller.
—¡Sí! —contestó éste, con un castañeteo de dientes.
—Una cabeza, ¿verdad?
—Sí, de un muerto.
—¿Y el Corsario no ha visto ni oído nada?
—¡Es el hermano muerto del Corsario Rojo llamando a su hermano!
—Tú, compadre, ¿no has visto nada?
—¡Sí; una cabeza! —contestó el africano.
—¿De quién? —preguntó Carmaux.
—De un lamantino.
—¡Al diablo!
En aquel instante resonó una voz que venía del barco.
—¡Eh!, los de la chalupa. ¿Quién vive?
—El Corsario Negro —gritó Carmaux.
Cuando el Corsario sintió que la proa del bote chocaba contra el casco del barco, hizo
un movimiento como si despertara de tétricos pensamientos. Estaba asombrado de verse junto
a su nave. Una vez que izaron el bote a bordo, tomó el cadáver de su hermano y fue a
depositarlo junto al palo mayor.
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