Test Drive | Page 24

Pronto la casa del notario se vio envuelta en una gran operación de fortificación. El negro llevó hasta el portal los muebles más pesados de la casa. Cajas, armarios y mesas quedaron obstruyendo la puerta. Además, los filibusteros levantaron una segunda barricada en la parte baja de la escalera. Apenas habían terminado los preparativos de defensa, cuando Wan Stiller, que montaba guardia junto a los prisioneros, bajó corriendo la escalera. —¡Comandante! —gritó—, los vecinos se están agrupando frente a la casa. El Corsario no se inmutó. Wan Stiller había dicho la verdad. Alrededor de cincuenta personas señalaban la casa del notario. —¡Va a suceder lo que me temía! —murmuró el Corsario—. Estaba escrito también que yo debía morir en Maracaibo. Pobres hermanos míos, muertos sin que pueda vengarlos! ¡Maldición! ¡Carmaux! —¡Aquí estoy, comandante! —respondió el marino, al oírse llamar. —¿Me habías dicho que habías encontrado municiones? —Sí; un barrilito de pólvora como de ocho o diez libras, un arcabuz y municiones. —Coloca el barril en el portal, detrás de la puerta, y ponle una mecha. —¡Relámpagos! ¿Va a volar la casa? ¿Y los prisioneros? —Peor para ellos si los soldados quieren prendernos. ¡Tenemos derecho a defendernos y lo haremos sin vacilar! Por la calle avanzaba un pelotón de arcabuceros, perfectamente armados para el combate. Frente a la casa del notario, se colocaron en triple línea, con los arcabuces listos para hacer fuego. —¡Abran, en nombre del gobernador! —gritó el teniente que comandaba el pelotón. —¿Están ustedes dispuestos, mis valientes? —preguntó el Corsario. —¡Sí, señor comandante! —contestaron Carmaux, Wan Stiller y el negro. —¡Ustedes permanecerán conmigo, y tú, mi bravo africano, sube al piso alto y busca algún lugar que nos permita escapar por los tejados. Dicho esto, abrió la ventana y preguntó: —¿Qué es lo que desea, señor? —¿Quién es usted? Yo pregunto por el notario. —El notario no puede moverse. Yo contesto por él. —Tengo orden de averiguar qué le ha pasado al señor don Pedro Convexio, a su criado y a su tío, el Conde de Lerma. Página 24