—¿Hacen esperar así a los clientes? ¡Condúzcame ante el notario! Se le había
advertido que hoy debía casarme con la señorita Carmen de Vasconcelos. Por lo visto, se hace
de rogar ese...!
Las manos del negro le cayeron de improviso sobre los hombros, y el joven, medio
estrangulado por la presión, cayó de rodillas. Desarmado y atado, fue conducido al piso alto
junto al notario.
—¿Quién es usted? —preguntó el Corsario.
—Uno de mis mejores clientes —dijo el notario.
—¡Cállate!
—Soy el hijo del juez de Maracaibo, don Alfonso de Convenxio. Ahora, espero que
me explique usted el motivo de mi secuestro.
—Eso es inútil. Si no ocurren acontecimientos imprevistos, mañana quedará usted
libre.
—¡Mañana! —exclamó el jovencito, asombrado—. ¡Hoy me caso