Test Drive | Page 19

Un viejo calvo y arrugado, de piel color ladrillo y barba de chivo, dormía allí, a pesar de la habitación iluminada. El Corsario le cogió de un brazo y lo sacudió rudamente. —Necesita que le disparen un cañonazo —dijo Carmaux. A la tercera sacudida, el hombre despertó. Al divisar a los hombres armados exclamó: —¡Muerto soy! — —Nosotros no tenemos intenciones de hacerte daño si contestas nuestras preguntas. —¿No son ladrones? —Somos filibusteros de las Tortugas. —¡Filibusteros! ¡No hay duda de que soy hombre muerto! —¿Vives solo en esta casa? —Solo, señor. —Y en la vecindad, ¿quiénes viven? —Honrados burgueses. —¿A qué te dedicas? —¡Soy un pobre viejo! —¡Viejo zorro! —dijo Carmaux—. Tienes miedo de quedarte sin el dinero. —¡Yo no tengo dinero, excelencia! Carmaux se echó a reír: —¡Tratas de excelencia a un filibustero! ¡Éste es el compadre más alegre que he visto! —¡Acabemos! —gritó el Corsario al viejo—. ¿Qué haces? —Soy notario. —¡Bien! Nos alojaremos en esta casa hasta que nos pongamos en marcha. No te haremos daño. Pero cuídate de traicionarnos. ¡Ahora, levántate! Mientras Carmaux amarraba al viejo, el Corsario abrió las ventanas para ver lo que sucedía. Los vecinos y la soldadesca estaban alborotados con los filibusteros e intercambiaban frases a gritos en la calleja. —Ya llegará el día en que tendrán noticias mías —les respondió en voz baja el Corsario. Entretanto, Carmaux, recordando que no habían tenido tiempo de comer la noche anterior, registraba la despensa. Página 19