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—Tú permanecerás aquí, cuidando al español —dijo a Wan Stiller, que se había puesto de pie. —Basta el negro, capitán. —No; el negro es fuerte como un hércules y lo necesito para transportar el cadáver de mi hermano. ¡Ven, Carmaux: iremos a beber una botella de vino de España a Maracaibo! —¡Mil tiburones! ¿A éstas horas, capitán? Y los tres hombres, entre risas burlonas, entraron en la selva. CAPÍTULO 2 ENTRE UN NOTARIO Y UN CONDE Aun cuando Maracaibo no tenía más de diez mil almas, era entonces una de las ciudades más importantes que los españoles habían levantado en el Golfo de México. Era, además, un gran fuerte muy bien artillado. Y los primeros aventureros habían erigido en aquellas playas hermosas casas y no pocos palacios. Cuando el Corsario y sus dos compañeros entraron en Maracaibo, las tabernas estaban aún llenas. Los recién llegados fueron a la plaza de Granada. Ésta ofrecía un aspecto tan lúgubre, que haría temblar al hombre más impasible de la tierra. Quince cadáveres pendían en semicírculo frente al palacio y, sobre ellos, revoloteaban numerosas bandadas de zopilotes, los pájaros encargados del aseo en las ciudades de la América Central. Una terrible emoción descompuso las facciones del Corsario, quien se alejó de allí a grandes pasos, entrando luego en una posada. —¡A ver, un vaso de tu mejor jerez, hostelero de los demonios! —gritó Carmaux en vizcaíno, mientras se sentaba con el negro junto al Corsario. El capitán de filibusteros estaba absorto en tétricos pensamientos. No parecía escuchar la conversación de la taberna, la burla que hacían de los ahorcados. —Cuentan que al Corsario Rojo le han puesto un cigarro entre los dientes —dijo uno. —Yo quiero ponerle un quitasol en la mano para que se dé sombra —agregó otro. Carmaux, incapaz de contenerse, cayó encima de la mesa vecina dando un tremendo puñetazo y pidiendo respeto por los muertos. Los cinco bebedores de la mesa, estupefactos, se levantaron de inmediato con sus navajas abiertas y se abalanzaron hacia él. Pero el negro, a una señal del Corsario, lanzó una silla que detuvo a los cinco vascos. El estrépito hizo salir FP