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—Así es. Pero el Corsario Negro es un noble caballero y un noble que nunca falta a su palabra —contestó el capitán con voz solemne. —¡En ese caso, interrogue usted! Apenas el prisionero les hubo revelado que el Corsario Rojo seguía colgado en la Plaza de Granada, se pusieron en camino, marchando en hilera y llevando al español consigo. Comenzaba a alborear. Los monos, muy abundantes en Venezuela, despertaban dando extraños gritos. También chillaban a voz en cuello enormes variedades de pájaros y papagayos. Los hombres, acostumbrados a todo ello, no se detenían ni un minuto. Llevaban caminando unas dos horas, cuando resonaron en medio de la espesura unos sonidos melodiosos. —Es la flauta de Moko —dijo sonriendo Carmaux. —¿Y quién es Moko? —preguntó el Corsario. —El negro que nos ayudó a huir. Debe estar domesticando a sus serpientes. El Corsario desenvainó su espada e hizo seña de seguir adelante. Ante una cabaña de ramas entretejidas hallábase sentado uno de los más bellos ejemplares de la raza africana. De elevada estatura, tenía un cuerpo musculoso que debía desarrollar una fuerza descomunal. En su rostro no se observaba la ferocidad que se encuentra en muchos rostros de esa raza; había en él cierto aire de bondad, de ingenuidad, cierto aspecto de niño. Al oír el grito de Carmaux, el negro apartó la flauta de sus labios. —¿Ustedes todavía aquí? Yo los creía en el Golfo. —Viene conmigo el capitán de mi barco, el hermano del Corsario Rojo —dijo Carmaux desde la espesura. —¿El Corsario Negro, aquí? —¡Silencio, negrito! Necesitamos tu cabaña. El Corsario, que en aquel momento llegaba con Wan Stiller y el prisionero, saludó al negro. Luego preguntó a Carmaux: —¿Acaso odia a los españoles? —Tanto como nosotros. El negro les ofreció una comida de harina de mandioca, piñas y pulque, bebida fermentada hecha de pita. Más tarde, los filibusteros se echaron sobre algunas brazadas de hojas secas y se durmieron tranquilamente. Sin embargo, Moko hizo de centinela después de atar al soldado. Ninguno de los tres filibusteros se movió en todo el día. Pero apenas sobrevino la noche, el corsario se levantó. Página 14