—¿No nos traicionará?
—Respondemos con nuestras vidas.
—¡Pues, andando!
El oscuro bosque se alzaba ante ellos impenetrable. Los árboles, con sus troncos
gigantescos y su desmesurado follaje, no les dejaban ver una estrella del cielo. Las ramas
caían en festones por todas partes, y raíces misteriosas se levantaban súbitas, obligándolos a
hacer uso de sus hachas.
Miles de puntos luminosos danzaban a nivel del suelo y proyectaban haces de luz para
luego apagarse. Eran las grandes luciérnagas de la América meridional, vaga lume, que en
número de dos o tres dentro de un frasco pueden iluminar una habitación.
Habrían recorrido unas dos millas cuando Carmaux, que iba delante, montó su pistola
y exclamó, deteniéndose:
—¿Un jaguar o un hombre?
El Corsario se echó a tierra y escuchó conteniendo la &W7