Test Drive | Page 12

Carmaux se apresuró a obedecer; sabía que cualquier vacilación ante el Corsario era peligrosa. Cuando el hamburgués supo que volverían a la costa de la cual se habían escapado milagrosamente, no pudo disimular su asombro y sus recelos. Pero Carmaux ya estaba entusiasmado con el plan del Corsario Negro. —¡Ahí está! —dijo en aquel momento Wan Stiller. Sobre la cubierta apareció el Corsario. Se había ceñido una espada muy larga y puesto en el cinto un par de grandes pistolas y un puñal de los que los españoles llamaban de misericordia. Los tres hombres bajaron en silencio a la canoa pertrechada. El barco filibustero apagó sus luces de posición. Los marinos echaron manos a los remos. El Corsario, tendido en la proa, escrutaba el negro horizonte con sus ojos de águila, tratando de distinguir la costa americana. De tiempo en tiempo, volvía la cabeza hacia su barco. Wan Stiller y Carmaux bogaban con gran brío, haciendo volar el esbelto botecillo. Hacía una hora que remaban, cuando el Corsario divisó una luz que brillaba al ras del agua. —¡Maracaibo! —dijo con acento sombrío y un movimiento de furor. —¡Sí! —contestó Carmaux, volviéndose. —¿Es cierto que hay una escuadra en el lago? —Sí, comandante; la del contralmirante Toledo, que vigila Maracaibo y Gibraltar. —¡Tienen miedo! Pero entré el Olonés y nosotros, la echaremos a pique. Debía ser medianoche cuando la canoa embarrancó en medio de la manigua, quedando oculta entre las plantas. El Corsario saltó a tierra y pistola en mano inspeccionó rápidamente el lugar. —¿Saben dónde estamos? —preguntó. —A diez o doce millas de Maracaibo. —¿Podremos entrar esta noche en la ciudad? —Eso es imposible, capitán. El bosque es espesísimo. Llegaríamos por la mañana. —Mostrarnos de día en la ciudad es una imprudencia —dijo del Corsario, y agregó, como si hablara consigo mismo—: Si tuviera aquí mi barco, me atrevería; pero El Rayo cruza ahora las aguas del Golfo. Después de meditar en silencio, el Corsario preguntó: —¿Hallaremos todavía a mi hermano? —Estará expuesto tres días en la plaza de Granada. —Entonces tenemos tiempo. ¿Conocen a alguien en Maracaibo? —Sí, al negro que nos ayudó a escapar. Tiene una cabaña en el bosque. Página 12